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ENTREVISTAS

Turismo e infraestructura: la deuda invisible que frena al sector en Argentina

Rutas rotas y promesas vacías: la infraestructura turística, la gran deuda de la Argentina que nadie quiere mirar y que se tapa con el atraso cambiario como motivo

Lic. Leandro Peres Lerea

Por Lic. Leandro Peres Lerea

En Argentina, donde el turismo representa una oportunidad estratégica para las economías regionales, la falta de infraestructura básica se vuelve una trampa silenciosa. Sin rutas seguras, transporte eficiente ni servicios básicos, el potencial turístico se convierte en promesa incumplida.

Mientras se lanzan campañas para atraer turistas del exterior y se celebran récords de ocupación, miles de viajeros siguen esquivando baches, perdiéndose por falta de señalética o quedando varados en destinos sin conectividad ni transporte. ¿De qué sirve promocionar si no se puede llegar?

La escena se repite en distintos puntos del país: un destino turístico crece, los visitantes aumentan, los prestadores hacen malabares… y las infraestructura siguen igual que hace 30 años. O peor.

El turismo es una oportunidad real para el desarrollo argentino, pero el Estado —en sus distintos niveles— sigue sin invertir de forma coherente en lo más básico: infraestructura vial, conectividad, transporte público y servicios esenciales. Y sin eso, no hay campaña ni influencer que aguante.

Mientras se presentan planes de promoción y se celebra cada récord de ocupación hotelera, el turismo argentino convive con una realidad que pocas veces ocupa titulares: la falta de infraestructura. Y no se trata solo de grandes obras, sino de las condiciones mínimas para garantizar que un viaje sea posible, disfrutable… y repetible.

En muchos destinos del país, la experiencia turística se ve condicionada desde el inicio. La ruta nacional 40, que atraviesa paisajes espectaculares del noroeste y la Patagonia, sigue teniendo tramos de ripio en mal estado, con señalización deficiente y sin cobertura celular. Quien se aventura, lo hace más por espíritu de exploración que por comodidad.

En Entre Ríos, provincia con alto flujo de turismo interno, hay caminos rurales que conectan termas, estancias y complejos turísticos que se vuelven intransitables con lluvia. Sin asfalto ni mantenimiento, esos destinos quedan literalmente aislados en los momentos de mayor demanda.

Esta semana, un grupo de turistas que viajaba a Colón (Entre Ríos) reportó en redes que el micro que los llevaba quedó demorado casi una hora por el estado del camino de acceso desde la ruta 14. No había señal de celular para avisar ni iluminación. Una experiencia que empieza con miedo o frustración ya está condicionada.

Algo similar ocurre en zonas de alto valor natural, como la Quebrada de Humahuaca: a pesar del boom turístico, los caminos secundarios hacia comunidades o miradores siguen siendo de ripio suelto, con escasa señalización. Lo pintoresco no debe confundirse con lo precario.

En abril, el intendente de San Rafael (Mendoza) volvió a pedir al gobierno provincial mejoras en la ruta provincial 173, que conecta la ciudad con el Cañón del Atuel, uno de los atractivos más visitados del país. En temporada alta, los embotellamientos, pozos y falta de banquinas generan caos y accidentes.

Y ni hablar de la falta de transporte público eficiente en destinos emergentes: muchos pueblos con potencial turístico simplemente no tienen cómo recibir a visitantes sin auto propio. Eso deja afuera a miles de argentinos que podrían viajar por el país, dinamizar economías regionales y disfrutar de su propio territorio.

El tren de las nubes en Salta, uno de los productos turísticos más emblemáticos del país, ha enfrentado interrupciones recurrentes por fallas en la vía y falta de inversión sostenida. Lo mismo ocurre en Iguazú, donde el aeropuerto internacional tiene picos de saturación en temporada alta y los accesos urbanos presentan baches y falta de señalética.

Incluso en grandes ciudades turísticas como Bariloche, Mendoza o El Calafate, la presión del turismo sobre servicios públicos —transporte, recolección de residuos, saneamiento— no siempre es acompañada por políticas de inversión equivalentes. Y eso genera un desgaste invisible pero constante.

La infraestructura no es una cuestión menor. Define si un turista puede llegar, cuánto tarda, si se siente seguro, si se orienta, si decide volver. También marca una diferencia clave para los prestadores turísticos: un camino roto, una conexión de internet intermitente o una red eléctrica deficiente puede tirar abajo meses de trabajo.

Argentina tiene destinos espectaculares, únicos en el mundo. Pero sin una infraestructura que acompañe, el país corre el riesgo de que ese potencial se agote por desgaste. Y el desgaste, como la infraestructura, tampoco se ve... hasta que es tarde.

La infraestructura no es una “obra gris” que puede esperar. Es la condición estructural para que el turismo funcione. Si no hay rutas en condiciones, buena conectividad, señalización clara, baños públicos, centros de atención e información, no hay experiencia positiva posible.

Los destinos argentinos son increíbles. Pero la experiencia de llegar, recorrer y volver tiene que estar a la altura. No alcanza con decir “tenemos todo”. Hay que garantizarlo y trabajar en el proceso de mejora continua.

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