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La cocina asturiana. La parte más importante de la casa

No es un secreto que a los asturianos nos gusta comer y hablar de comida. Ni seré yo quien lo desmienta. Es una realidad que nuestras fiestas tienen como protagonistas a los productos típicos de la tierra y hay muchos alimentos sin los cuales directamente ni existirían. Tampoco hay ninguna duda de que nos gusta reunirnos en torno a la lumbre. El calor de una cocina de carbón junta a las familias mientras hablan de la vida o se cuentan recetas que se transmiten de generación en generación. Hablamos, cantamos, reímos, discutimos e incluso lloramos. La cocina asturiana es el corazón de la casa. Esta nos atrae con sus aromas a laurel, a embutidos ahumados o a azúcar requemado del arroz con leche en los días de fiesta. Llena e inunda con su calor los pasillos para hacer posible que una casa pase a llamarse hogar.

 

 

El mundo científico ha demostrado que el olfato está muy enlazado con la parte del cerebro que se encarga de nuestros recuerdos. Dicen además que el aroma es el último sentido que perdemos y que es capaz de transportarnos a cualquier lugar de nuestra más profunda memoria. Para mi, y creo que para todos, es inevitable intentar recordar una casa y olvidarnos de su cocina. Con ella vienen recuerdos que nos llevan a la infancia, muchos de ellos incitados por esencias que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida.


Muchos de los lectores, por su juventud, seguramente nunca lo han visto pero otros saben lo que se siente al estar sentados en el “escañu” (El escañu es un asiento de madera para dos o más personas, con respaldo y dos brazos que sostienen una tabla, que hace de mesa, y que se sube y se baja a discreción), atrapado hasta que te acabaras las lentejas. Y es que aunque tu madre dijera “o las comes o las dejas”, la segunda opción nunca era la válida. El sonido al romperse un vaso de Duralex y sus mil fragmentos al rozar el suelo, unido al "ten cuidado con la vajilla loza" de los domingos, eran el pan nuestro de cada día y la banda sonora de las comidas.

Si pensamos en la cocina la memoria se inunda de sensaciones y momentos de antaño. A mí sin ir más lejos, me viene a la cabeza mi abuela Carmina pelando “arbeyos”, el olor a azafrán de Pascuas a Ramos o el día en que metí las zapatillas a calentar y se derritió la suela. Si te ha pasado supongo que sabrás a qué me refiero, y no te has quitado el olor de la cabeza tan fácilmente. En época de manzana el olor a compota se metía en todos los rincones de la casa, y a los que no nos gustaba no éramos capaces de escaparnos de ella. También recuerdo el olor que se quedaba en la mochila cuando después de ir al pueblo volvías el lunes a clase. Ese olor a leña difícilmente explicable que aporta sensación de paz, de seguridad y de familia. Un olor inimitable que todos deberíamos de experimentar en nuestras vidas.

En Asturias aunque ya queden muy pocas cocinas de fuego, ya sean de carbón o de gas, seguimos hablando allí de las cosas importantes. ¡Ay si sus paredes hablaran! Recuerdo múltiples historias que me contaba mi abuela tenían como denominador común el lugar donde las vivían. Me contaba cuando llegó la primera radio, allí se juntaban las señoras a escuchar las novelas comentando las hazañas de sus familias. Posteriormente la llegada de Elena Francis solventó muchas dudas.

Echando la mirada atrás me vuelven más aromas a la mente. El olor de las castañas asadas a fuego lento. El magüestu no  sería nada sin nuestras cocinas. El magüestu es la fiesta otoñal en Asturias, un momento de festejar la llegada del otoño y disfrutar del asado de los frutos. El "sabor" que se venía a mi mente cuando mi madre me decía "estás calentina como una boroñina" cuando tenía fiebre. ¡Ay la boroña! Para quien no la conozca esta es una elaboración muy asturiana realizada con harina de maíz envuelta en hoja de berza humedecida en agua. Cuando se podía se rellenaba de chorizo, lacón o morcilla. Y con la fiebre venían también las infusiones de eucalipto y miel, un olor que más de uno que haya tenido abuelas con afán de botánicas reconoce al vuelo.

La cocina es a Asturias lo que el compango a su fabada. No podemos imaginarnos nuestra vida sin sus paredes, ni nuestras celebraciones sin sus platos. Aunque han pasado muchos años desde la llegada del primer transistor, y los vasos de Duralex ya han pasado a ser elementos de anticuario, nos sigue encantando compartir una botellina de sidra mientras vemos como otro cocina, meter la mano a la pota o robar algún ingrediente cuando nadie nos ve. Volver al pueblo, o seguir en él, aquellos afortunados que no se han tenido que ir, y disfrutar de los días de matanza. Todas las manos del pueblo se unen para conseguir que del cerdo no se escapen ni los andares. Porque al final la cocina asturiana une y afianza amistades. Los asturianos, como dice un amigo mío, somos los únicos que cuando nos invitan por alto a comer, vamos. No cae en balde una invitación en un asturiano.


 

Y si un asturiano te abre las puertas de su cocina te aseguro te está haciendo parte de su familia. La respetamos tanto que veneramos sus platos allí donde vamos, y todos, reconozcámoslo, tenemos un plato que como nuestra madre o nuestra abuela no lo hace nadie. Porque aunque aquí hay cocineros maravillosos, en la cocina asturiana la reina de los fogones sigue siendo femenina.

Quiero aprovechar este artículo para decirle a todos los arquitectos del mundo que no hagan las cocinas más pequeñas, que sigan conservando su protagonismo en la casa porque aún les quedan muchas historias que oír, muchos platos a los que dar cobijo, muchos olores que mantener y muchas familiar que unir.

 

¡Disfruta en las cocinas de Asturias y compártelo en Facebook con tus amigos!

 

Texto y fotos: Carmen Ordiz

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