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ENTREVISTAS

Verano en duda: el turismo argentino frente a su espejo

El turismo argentino encara una nueva temporada con oportunidades, como la mejora en la conectividad aérea, pero también con viejos desafíos: inflación, descoordinación y falta de estrategia común entre el sector público y el privado

Lic. Leandro Peres Lerea

Por Lic. Leandro Peres Lerea

El turismo argentino se mira en el espejo y no siempre le gusta lo que ve. De un lado, una industria que resiste, que innova, que genera empleo y divisas. Del otro, un entramado público-privado que todavía no logra coordinarse, atrapado entre diagnósticos repetidos, promoción insípida y decisiones que llegan tarde. El verano está a la vuelta de la esquina y la pregunta incómoda vuelve a sonar: ¿estamos realmente preparados?

La Argentina tiene una ventaja comparativa innegable: belleza natural, diversidad, hospitalidad y recursos humanos de alta calidad. Pero también una desventaja estructural: falta de previsibilidad. La inflación desdibuja los precios, el dólar turista se multiplica en versiones, las tarifas aéreas cambian a ritmo de algoritmo, y la promoción de destinos se improvisa entre recortes presupuestarios y estrategias de coyuntura.

En el medio, los prestadores —hoteles, agencias, gastronómicos, transportistas— sobreviven y hacen malabares en una pulseada diaria por sostener rentabilidad sin perder competitividad. Muchos trabajan al borde de la informalidad, no por conveniencia, sino por supervivencia. El Estado, mientras tanto, se debate entre regular, incentivar o simplemente observar.

La reciente edición de la FIT no dejo ninguna novedad para el sector de índole impositivo. Solo palabras vacías y obvias, repetidas hasta el hartazgo desde años y años, demostrando continuidad únicamente en los gastos promocionales y no en políticas estructurales.

La relación público-privada, que debería ser el corazón del desarrollo turístico, sigue siendo más discursiva que real. Las mesas de trabajo abundan, pero las decisiones estratégicas escasean. Falta un norte común: ¿queremos un turismo inclusivo, sostenible y federal, o seguimos apostando al golpe de suerte de cada temporada?

La comunicación tampoco ayuda. Mientras el país intenta atraer visitantes internacionales, los mensajes se diluyen entre campañas sin continuidad, promociones aisladas y escasa presencia digital unificada. No hay un relato país que venda la Argentina como destino competitivo y seguro.

Y ahí aparece otro desafío silencioso: la seguridad. Los destinos necesitan políticas concretas, no slogans. La percepción de inseguridad, los conflictos laborales o los servicios colapsados afectan tanto como un tipo de cambio desfavorable. Un turista no busca aventura administrativa: busca tranquilidad.

Aun así, el turismo argentino tiene reservas —y no solo hoteleras—. En los últimos meses, se observa una mejora concreta en la conectividad aérea, con nuevas rutas internas y más frecuencias internacionales que vuelven a conectar provincias que habían quedado aisladas. Aerolíneas, low cost y compañías extranjeras están ampliando operaciones, y eso representa una señal alentadora: sin conectividad no hay desarrollo turístico posible.

El potencial sigue intacto: crecimiento del turismo interno, la revalorización de destinos emergentes y una generación de jóvenes emprendedores que piensa el sector con otra lógica, más tecnológica y menos burocrática.

Pero para que ese futuro se concrete, el Estado debe dejar de ser un obstáculo o un mero espectador. No se trata de repartir subsidios, sino de construir políticas. No de sobrevivir al verano, sino de planificar la próxima década.

La industria turística argentina no necesita milagros. Necesita reglas claras, conectividad real, inversión sostenida y, sobre todo, una visión compartida. Porque sin estrategia, cada temporada será apenas una nueva improvisación bajo el sol.

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