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DESTINOS

Pueblitos de ensueño y paisajes imponentes en un valle inigualable

Entre la playa de La Serena y la cordillera de los Andes, en Chile, El Molle, Rivadavia y Diaguitas, entre otras localidades del Valle del Elqui, enhebran viñedos históricos, propuestas de turismo wellness, buena gastronomía.

Del otro lado de la cordillera, a poca distancia del paso de Agua Negra, se llega el paraíso latinoamericano del wellness, o turismo de bienestar. Se trata de un valle que optó por el slow-tourism, las terapias alternativas, la buena gastronomía y la observación de estrellas. Y se dice que hasta los extraterrestres lo eligen para sus visitas a nuestro planeta.

En el pequeño pueblo El Molle, un cartel da la bienvenida a turistas nacionales, extranjeros y extraterrestres. Más inclusivo, imposible. Es uno de los puntos para selfies al pie de los primeros cerros que empiezan a encerrar el valle del río Elqui.

Estamos a mitad de camino entre Vicuña y La Serena, sobre el Pacífico, en una región que se transformó en la meca regional del turismo de bienestar gracias a sus cielos siempre despejados, un clima impecable y seco, paisajes grandiosos y servicios boutique personalizados y llamativos, como la sonoterapia o la cuarzoterapia, entre otros.

El valle parece estar lejos de todo y cerca del cielo. Pero no es tan así, porque la ruta hacia la playa que recorren los sanjuaninos lo cruza de par en par, y los automovilistas que hacen road trips desde Santiago hasta los desiertos del norte chileno también lo bordean. Sin embargo, la mayoría de esos viajeros solo pasa y no para. No saben lo que se pierden: los pueblitos El Molle, Diaguitas, Rivadavia o Vicuña conservan una identidad que revelan solamente a quien sabe disfrutarla. Tienen hondas raíces ancladas en las poesías de Gabriela Mistral (la vecina más ilustre de estos lares), y sueños que se pierden en la inmensidad del cielo, a la espera de la próxima llegada de una hipotética nave espacial.

El sueño de todo turista es combinar mar y montaña, playa y paisajes majestuosos. Es posible pasar del uno al otro en poco más de una hora, remontando el valle del Elqui desde el puerto-balneario de La Serena-Coquimbo y pasando de las arenas del Pacífico hasta los cuarzos y los minerales de los Andes.

En la entrada del valle, El Molle es un pueblito tamaño casa de muñecas, de calles estrechas, vigiladas por grandes cactus. En una de esas calles, El Refugio es un espacio que hace honor a su nombre y pasa desapercibido, detrás de un portón. Del otro lado de sus paredes protegidas por cortinas de arbustos y eucaliptos aparece un complejo de cabañas, piletas y salones para actividades que van desde el yoga hasta terapias termales. Algunos carteles, en el cruce de los senderos internos, advierten que podrían llegar extraterrestres en cualquier momento. Esas inteligencias superiores no se equivocan a la hora de elegir para pasarla bien en el planeta Tierra…

Entre otras propuestas new-age, organiza sesiones de sonoterapia en sus piscinas, que es una combinación de relajación en aguas termales con meditación y despertar de los sentidos por medio de sonidos producidos con diversos instrumentos musicales. Algo que hay que probar por lo menos una vez en la vida.

Camas de cuarzo

En el valle es posible experimentar también algo totalmente distinto pero con el mismo objetivo: acostarse sobre camas de cuarzo, para beneficiarse con las vibraciones de estos minerales. Se dice que una sola sesión de 50 minutos permite liberar el estrés de semanas y obtener una sensación de plenitud y relajación muscular.

En uno de sus poemas, dedicado al Valle del Elqui, Gabriela Mistral escribió: “Van a mirarme los cerros como padrinos tremendos”. No hay imagen más justa. A medida que se viaja hacia el este y hacia el corazón de la cordillera, los cerros se hacen más imponentes, más austeros, más seguros de su potencia. Es el camino que hay que seguir para ir a la Argentina, hacia el paso de Agua Negra y la provincia de San Juan. Pero sobre todo es el camino que lleva hasta las bodegas boutique de pisco, que se acurrucan en los codos del río, en pequeños oasis de vides y frutales.

Se llega así a Paihuano, desviándose de la ruta principal, para seguir el valle de un arroyo de montaña. Es el lugar que eligió un inmigrante alemán para fundar su bodega, un emprendimiento que está ahora en manos de su hija y su yerno. Producen vinos y un pisco premiado que se venden en la región y a los visitantes de paso. También organizan degustaciones y charlas a orillas de una pequeña represa bordeada de sauces llorones. Una barcaza termina de dar un toque impresionista al cuadro, todo bajo la luz de miles de estrellas luego del atardecer.

El pisco es el producto rey del valle. Varias bodegas abren sus puertas a los visitantes para mostrar sus instalaciones y, por supuesto, proponer degustaciones. La más fotogénica es Doña Josefa, en la bien nombrada localidad de Pisco Elqui. Las banderas tricolores de Chile flamean sobre casas y galpones de madera rodeados por los viñedos que ocupan todo el valle. El maestro de la bodega recibe a los visitantes para acompañarlos durante un recorrido que muestra el paso a paso de la elaboración del pisco. Otra buena razón para elegir este establecimiento: cuenta con uno de los mejores restaurantes de la región.

Menos agreste, pero con una experiencia bien aceitada, la cooperativa Capel es el mayor productor de pisco de Chile y algunas de sus marcas ya se hicieron un lugar entre las preferidas del público. A veces sin saberlo, los turistas también la eligen cuando compran su botella de pisco en forma de moai de Rapa Nui. Aunque la mítica isla esté a miles de kilómetros de distancia, este producto es originario del Valle del Elqui y más precisamente de las afueras de Vicuña, donde está instalada la planta de la cooperativa. Las visitas guiadas del predio terminan en un museo y luego con una degustación de varios tipos de pisco, maridados con frutas secas, mermeladas o chocolate, todos productos que hacen resaltar sus aromas y particularidades.

Después de hora

El Valle del Elqui no solo cuida el alma, el cuerpo y el paladar de sus visitantes. También les prepara un sinfín de actividades. Y para disfrutar de las más espectaculares, hay que esperar a la noche, ya que la región es un santuario de cielo oscuro; en otras palabras, uno de los mejores lugares del mundo para iniciarse en la observación del cosmos y las estrellas.

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