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DESTINOS

LIEBIG, UN VIAJE EN EL TIEMPO

Navegando el “cielo azul que viaja, pintor de nubes, camino con sabor a mieles ruanas”, como describe Aníbal Sampayo al Río Uruguay; frente a la enorme Isla del Queguay Grande y a la vecina República Oriental, un gigante de chapas raídas se impone sobre la costa entrerriana. Una de las excursiones que cautiva a los turistas que llegan a Colón.

Se trata de lo que fuera la segunda productora de carne en conserva del mundo: la ‘Fábrica Colón’, de la Liebig’s Extract of Meat Co. Surgió como un saladero que construyó el empresario Apolinario Benítez en la segunda mitad del siglo XIX. Este emprendimiento sufrió un gran cambio con la llegada de la empresa inglesa, montada sobre la invención del químico alemán Justus Von Liebig, pionero en el proceso de la conservación de la carne a través de los saladeros. El paso del tiempo lo fue convirtiendo en fábrica de conservas y en frigorífico. Hoy es un importante atractivo turístico de la microrregión Tierra de Palmares.

Patrimonio en vivo

Seis kilómetros al este de la turística Ruta 14 y diez kilómetros al norte de la balnearia ciudad de Colón, la localidad que rodea a este complejo fabril porta memoriosa el nombre de Pueblo Liebig. Se puede llegar cómodamente y en pocos minutos, por una ruta recientemente pavimentada. Cuenta con no más de 800 habitantes y se reinventa para vivir del turismo y del rescate intangible de la historia de este gigante industrial que llegó a vivir en plenitud, con luces y sombras, hasta entrados los años ’80 del pasado siglo.

Dándole identidad a Pueblo Liebig como sitio turístico histórico, en el corazón del pueblo se erige como escultura evocativa, una gigante lata de carne en conserva con la inscripción en inglés “corned beef”, semejante a la famosa lata de tomates Campbell’s que pintara Andy Warhol.

Mediante un reciente decreto, la Presidencia de la Nación declaró Bien de Interés Industrial Nacional a la planta urbana de Pueblo Liebig, la fábrica, las viviendas, plazas, corralones, capilla, escuela, centro cívico, bomba de agua y muelles. Es la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos quien cuenta con 180 días para gestionar con autoridades locales y provinciales, la elaboración de una normativa que regule “modificaciones edilicias, altura máxima de las edificaciones, tratamiento de fachadas y de los espacios libres, subdivisiones parcelarias y ocupación del suelo del sitio declarado”.

La fábrica que hizo un pueblo

Cuenta la historia que en 1863, en los tiempos en que se fundaba la ciudad de Colón, abrió sus puertas un saladero propiedad de Apolinario Benítez. Con el tiempo, el establecimiento fue cambiando de dueños y a su alrededor surgió un pequeño poblado. La gran transformación llegó en 1903, cuando todo el lugar fue adquirido por la compañía Liebig. Esta empresa de capitales ingleses, había surgido de un emprendimiento similar en Fray Bentos, en la vecina República Oriental del Uruguay. Los nuevos dueños construyeron una gigantesca fábrica y todo un pueblo con viviendas para su personal.

Con la ‘Fábrica Colón’ se alzó un poblado que, separado por una avenida (“La Manga”) por la que entraban y salían los animales a la fábrica, llegó a alojar a unas 3500 personas. A un lado de este camino, los trabajadores y sus familias vivían en un caserío humilde y populoso, “El Pueblito”, que incluía una vivienda comunitaria conocida como “La Soltería” para los trabajadores sin familia. Del otro de “La Manga”, el personal jerárquico residía en casas con mejores condiciones del sector conocido como “Los Chalets”.

La fábrica llegó a tener una usina eléctrica, una planta purificadora de agua, sistema de cloacas y su red domiciliaria que benefició a toda la comunidad. Incluso, modernas tomas de agua para los bomberos, aquellas típicas inglesas que se ven en los films o fotografías londinenses. Todo muy de avanzada para la época.

Propio de la idiosincrasia de una compañía inglesa, al poblado se le sumaron espacios deportivos: el campo de golf, el Lawn tennis y el Club Liebig para la práctica del fútbol, en cuyas instalaciones también se proyectaban películas y se conmemoraban las fechas patrias. Se construyó este club de fútbol en 1904. Es el más antiguo de Entre Ríos y uno de los de más larga historia en el país. Es anterior incluso al club Boca Juniors de Buenos Aires. También se puso en marcha una biblioteca que, actualmente, cuenta con el privilegio de conservar la colección de la mítica revista Caras y Caretas desde su número cero. El paso del tiempo y el crecimiento de la fábrica fueron aquerenciando a los trabajadores y sus familias.

Cuentan que para el año 1950, el por entonces director de la “Liebig’s Extract of Meat Co.” salvó su vida milagrosamente y a partir de ese hecho, dejó el protestantismo y se volvió católico. Se dice que aquél episodio determinó que su esposa, una condesa británica, dispusiera la construcción de la capilla del Sagrado Corazón de Jesús, que perdura hasta hoy como uno de los edificios históricos.

En lo que se recuerda como una de las anécdotas más curiosas, en agosto de 1925, el excéntrico Príncipe de Gales, Eduardo de Windsor, heredero de la Corona de Inglaterra y futuro Eduardo VIII, llegó por Pueblo Liebig en el marco de un recorrido por sitios en los que tenía inversiones su país. Para recibirle, se llamó a todos los músicos de la empresa para montar una banda musical de calidad. Para la despedida del ilustre visitante, mujeres hicieron un cordón humano para que pasara entre ellas antes de zarpar con el barco de vapor en el que se trasladaba.

Esplendor y ocaso

En materia comercial, los tiempos de bonanza para la fábrica fueron los de las grandes guerras, cuando el mercado europeo abrió sus puertas de par en par a esta producción de exportación. Para la primera, recién iniciado el siglo XX, el pueblo contaba con una población estable de poco más de 1500 personas, más trabajadores golondrina, principalmente inmigrantes. En aquellos días, se faenaban hasta tres mil animales diarios. Durante la Segunda Guerra Mundial, barcos llegaban de ultramar directamente a Pueblo Liebig para partir hacia Italia, Noruega, e Inglaterra con la producción.

La caída de este gigante industrial se comenzó a dar a mediados de los años ’70. En esos días, la compañía Liebig decide dejar el lugar, donando parte de sus calles a la comunidad. Hasta ese momento, todo el pueblo era propiedad de la fábrica. Este acto deriva en la puesta en marcha de una Junta de Gobierno. Las instalaciones fueron finalmente vendidas a otra firma que sólo pudo hacer andar una parte del frigorífico, más no en las dimensiones en que se había conocido. Esta depresión se sintió en el pueblo, que sufrió un marcado éxodo hacia ciudades de la región e incluso hacia Buenos Aires. De los miles de trabajadores en los tiempos de pujanza y prosperidad, pocos pobladores quedaron en el lugar, resguardando la idiosincrasia de ese pueblo industrial que se supo inventar a sí mismo.

Viaje al corazón de un gigante

Actualmente, la excursión a Pueblo Liebig es una de las predilectas para los visitantes que llegan a Colón. Del costado de la avenida en el que tradicionalmente habitaban los obreros y sus familias, actualmente hay un centro de interpretación y un pequeño museo. Cerca, la tradicional biblioteca y una escuela. Del otro lado, próximo a los chalets del personal jerárquico, está el Club de Pescadores, institución señera de la comunidad. También hay una visitada gruta de Santa Rita, figura que genera una importante devoción en la región. Junto a los restos de la fábrica, sobre la costa, hay también un muelle de pasajeros y un parador.

Además, en este lugar, hay también una presencia que parece convivir con las 800 personas que a diario lo caminan y sostienen. Una historia que parece no querer desaparecer y que perdura en las fachadas, en las conversaciones, en las fotos, en los relatos que se abren a los visitantes como testimonio vivo de un pasado industrial pujante que pervive como halo intangible.

A sabiendas de esto, tanto la tradicional escuela primaria como la secundaria orientan su currícula hacia el desarrollo de un perfil turístico de la comunidad, con el rescate histórico y patrimonial como premisa principal; y formando un todo con el centro de interpretación que reproduce en gran tamaño, un importante archivo fotográfico.

Aromas entrerrianos se mezclan en el aire de Puerto Liebig: entre los frutos de las palmeras yatay y el río Uruguay, fluyen las brisas que perfuman el entorno con la exquisita cocina litoraleña a base de pescado fresco, que se amalgama con la repostería galesa, tradición incorporada a partir de las recetas que llegaron acompañando a la fábrica.

Esta excursión al pasado es recomendada hacerla con el acompañamiento de un guía especializado que puede contratarse en Colón, y así no perderse nada de este testimonio viviente de Puerto Liebig.

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