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DESTINOS

ESPECIAL JUJUY TERCERA PARTE

Un almuerzo en las alturas

Por Hernán Couste

Twitter: @HernanCouste

Después del verde de Las Yungas y los recovecos de San Salvador nos aprestamos al fin para adentrarnos en la inmensidad de la Quebrada de Humahuaca, uno de los momentos más esperados por todos y en mi caso con particular emoción ya que en estos años muchos colegas me hablaron de esta maravilla y como buen viajero no podía dejar de visitarla.

Nada más la salida de la ciudad y los primeros kilómetros en las montañas ya es un espectáculo maravilloso, la ruta nos llevará por el paisaje atravesando Yala, entre diversas formaciones coloridas en los cerros que van tomando formas dejando su nombre a la posteridad como por ejemplo las Patas de Elefante por su similitud en forma y colores al gran animal, los Fuelles, Chocolate en Rama y tantas otras que dan una gran bienvenida al visitante, todo esto para empezar ya que llegamos al punto donde tomamos un camino lateral para llegar a Purmamarca y encontrarnos al fin con el legendario Cerro de Siete Colores. Todo en este lugar parece una puerta a un tiempo antiguo donde las cosas siguen su natural cauce independientemente del resto del mundo, en esta etapa solo nos tomamos unos minutos para tomar las infaltables fotografías con la luz de la mañana que es la que resalta al Siete Colores. Seguimos en dirección a las Salinas Grandes, en este tramo del periplo tomamos la Cuesta de Lipán, que asciende kilómetros y kilómetros por las montañas a gran altura, nuestros guías nos comentan acerca de la conveniencia de tomar con calma esta parte, en lo posible sin haber comido mucho, para lo cual nuestro desayuno resultaba ideal. Unas cuantas curvas más arriba encontramos uno de los miradores para darle continuidad al tour fotográfico y respirar ese aire tan diferente a la vista del imponente paisaje. Más adelante pasamos por el punto más alto de la ruta a 4200 metros sobre el nivel del mar en una curva cerrada que nos mostraba el otro lado de la pared montañosa, tropillas de guanacos nos escoltaron en este increíble lugar, ya pasado muy poco tiempo, como si se tratara de un lago blanco suspendido en el aire comenzamos a divisar las Salinas Grandes.

Este lugar tan particular es el resultado de millones de años de evolución, en la prehistoria fue un océano producto del cual observamos hoy la gran extensión de sal, nuestros anfitriones nos hablan de la intención de desarrollar una serie de visitas nocturnas con cena incluida, ya que a por la noche el salar se vuelve plateado conformando un verdadero escenario lunar.

Nos internamos en el manto blanco para encontrarnos con el chef Gabriel Visuara, quien con su equipo tenía para nosotros una clase magistral de cocina andina, harina de maíz morada, llama, cordero y la infaltable quínoa son los principales protagonistas de una exquisita receta preparada a 3700 metros de altura, cómodamente instalados en bancos y una mesa de sal recién tallados como se estila aquí.

Para comenzar Gabriel nos ofreció un api, bebida caliente parecida a la chicha morada de Peru, preparada con maíz morado, el maíz aquí se denomina mote, mientras probamos el api, que por cierto nos cayó muy bien luego de la subida, Gabriel se dispone a preparar tamales pasando los granos de choclo por una picadora de carne logrando la textura característica y nos cuenta que en estas latitudes debido a la altitud, es muy lento el proceso de alcanzar el punto de cocción para la mayoría de las comidas por lo cual debe traer muchas cosas ya preparadas de la ciudad.

Luego de probar los tamales llegó el momento de probar la cazuela de cordero, una comida con sabor bien local tanto por la preparación como por los ingredientes, compartimos un gran momento con el resto de la comitiva mas el atento equipo de Gabriel que con sus relatos nos ilustró considerablemente acerca de las costumbres locales.

Purmamarca y la Historia Viva

Ya en viaje nuevamente enfilamos rumbo a Purmamarca para esta vez sí recorrer su magia, nuestra primera parada es el Hotel Manantial del Silencio, un destacado rincón del valle desde cuyos ventanales podemos ver las paredes montañosas con el colorido y las formas que destacan a la región, luego de una breve pausa nos internamos en las calles del pueblo llegando a la plaza principal donde los artesanos ofrecen sus prendas de lana de alpaca con las llamas como elemento predominante en las figuras, también encontramos naturalmente elementos tallados en madera e infusiones como el mate de coca, como es de esperar, en casi todas las cuadras un local ofrece entre otras cosas las famosas hojas de coca para combatir el sorojche o mal de altura.

Nos cruzamos con turistas llegados de todas partes del mundo buscando llevarse las magníficas vistas del Cerro de Siete Colores, las montañas que flanquean al mismo también nos muestran su paleta de varios tonos realzando mucho más el colorido de este valle que hereda las tradiciones incaicas y nos tele transportan en el tiempo hasta aquellos días, las construcciones de piedra y los techos de adobe dan testimonio del paso de la historia en este paraje que merece ser visitado.

Finalmente y con todas las ganas de quedarnos llegó el momento de volver a San Salvador para descansar y esperar la última jornada en Maimara y Tilcara, regresamos por la Quebrada que nos regaló otra serie de postales mientras esperábamos regresar muy pronto.

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