En el Parque Nacional Los Alerces y en La Trochita se hallan dos de los íconos más representativos de Esquel y dos puntos panorámicos desde los cuales la inmensidad del paisaje patagónico se advierte en su diversidad.
El Parque Nacional tiene en el “Alerce Abuelo”, el “Lahuán”, a su figura más buscada por el turismo. Un ejemplar que da cuenta en su altura de 57 metros y en el diámetro de 2,8 metros de su tronco, de una presencia de más de 2600 años que pervive como una de las maravillas naturales más longevas del continente, resguardada como patrimonio natural de la UNESCO.
Apenas 42 kilómetros hay entre el centro de Esquel y el Parque Nacional Los Alerces, un paraíso natural de 260 mil hectáreas ubicado en el extremo noroeste de la provincia de Chubut. El viaje incluye una excursión en barco de más de 40 minutos por el Lago Menéndez, en el que el silencio se entremezcla, como en una cuidada ópera de la naturaleza, con la brisa fresca y pura de la Patagonia y la singular fauna que se suma a una trama sonora que le sirve de nube mágica a la lluvia de curiosidad del visitante.
El camino entre alerces da cuenta del pasado y del presente, en un bosque que se conserva con especies que se regeneran, conviviendo antiquísimas con recién nacidas. El summum de la emoción se alcanza cuando entre parientes más jóvenes, el “lahuán” emerge entre la tupida flora, con sus casi interminables más de 50 metros de alto y su tronco inasible que da cuenta de más de dos milenios y medio de persistente presencia en el planeta.
Las fotos y los vídeos intentan capturar lo imposible, la inmensidad, la representación viva de la importancia que tiene cada acción en pos de la preservación ambiental: una tarea que este Parque Nacional viene desarrollando desde 1937.
En este mismo ecosistema, con los alerces conviven coihues, cipreses, radales, maitenes, ñires y lengas. También aves autóctonas como el chucao, el carpintero negro patagónico, el cóndor, el pato de los torrentes, el aguilucho y el zorzal patagónico; y también algunos mamíferos como el puma, el gato huiña, el monito del monte y el huillín.
El tren de la memoria
Con “La Trochita”, el viaje en el tiempo da cuenta de una línea férrea que supo conectar pueblos de antaño como único transporte productivo y de conectividad de las familias; y que actualmente danza entre las montañas para mostrarle al turismo, desde adentro, el majestuoso paisaje patagónico.
Tres veces a la semana en invierno y de lunes a sábado en verano, el Viejo Expreso Patagónico “La Trochita” recorre regularmente un trayecto que parte de Esquel y descansa en Nahuel Pan, antes de emprender la vuelta. Se trata de un paseo de tres horas en un tren a vapor de casi cien años, que entretiene y emociona a los turistas de todas las edades y procedencias.
Cada viaje se inicia con el fuego en la caldera, el sonido del silbato, un temblor de avance y el hipnótico traqueteo ferroviario que parece suspendido en el tiempo. El envolvente paisaje de Esquel durante 50 minutos muta en la amplia estepa de Nahuel Pan, a lo largo de 18 kilómetros. Al llegar a Nahuel Pan, la locomotora se desengancha para cambiarse de lado, de modo tal que los primeros vagones quedan a lo último.
Adentro, La Trochita, refugia el pasado. Los chicos curiosos se sorprenden con los asientos, con las ventanas, admiran de cerca al maquinista y si tienen la posibilidad, lo invaden de preguntas. Que cómo funciona este tren, de cuándo es, por qué despide ese humo, por qué es tan antiguo, son algunas de las cuestiones que se repiten.
Una guía especializada narra la historia del ferrocarril en la Patagonia y responde consultas de los pasajeros. Un cantautor recorre los vagones cual juglar con sus interpretaciones y un fotógrafo registra los inolvidables momentos del viaje y ofrece sus servicios a los viajantes.
En Nahuel Pan, se hace un alto en el paseo para que en poco menos de una hora, los pasajeros puedan conocer este pequeño paraje Mapuche Tehuelche, visitar el Museo de Culturas Originarias Patagónicas, la casa de las Artesanas y la Feria Tokom topayiñ. Acto seguido, la vuelta; la hora que completa el viaje. El recorrido a la inversa y la estepa que se vuelve ciudad.