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Atapuerca, 20 años desde el “renacimiento”

Son mundialmente conocidos y los hallazgos de las últimas décadas en esta sierra próxima a la ciudad de Burgos han sido objeto de múltiples publicaciones especializadas y generalistas, aunque Atapuerca despertaba la curiosidad científica décadas antes.

Los trabajos en Atapuerca, con antecedentes a mediados del siglo XIX, se han intensificado en los últimos años, a partir del aumento de su atractivo internacional, que se disparó en 1997 con la concesión del Premio Príncipe de Asturias a sus tres codirectores y, sobre todo con su declaración como Patrimonio de la Humanidad en 2000.

Este reconocimiento y protección reforzada por ser un referente obligatorio para cualquier estudio de la evolución humana, fue el detonante de un desarrollo que afectó a todo el complejo, pero también a las instalaciones que lo complementan.
El Museo de la Evolución Humana, el Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana y dos centros de interpretación y recepción de visitas más próximos a los yacimientos, en Ibeas de Juarros y Atapuerca, han amplificado el ‘efecto Atapuerca’ con el apoyo de la fundación que refuerza la divulgación de todo lo relacionado con la evolución humana y contribuye a potenciar el carácter científico de los yacimientos.

La clave está sin duda en la habilidad de los tres codirectores de Atapuerca -Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell- para diseñar en torno a Atapuerca todo un proyecto de “socialización científica”.

Una panorámica completa de la evolución

Los tres atribuyen buena parte del mérito a la riqueza de los yacimientos, un complejo que se reparte por toda la sierra y que es el único del mundo capaz de ofrecer una panorámica completa de la evolución humana desde hace al menos 1,2 millones de años hasta prácticamente la actualidad, lo que ofrece una perspectiva inédita hasta ahora.
Declarada ‘Espacio Cultural’ por la Junta de Castilla y León en julio del año 2007, la Sierra de Atapuerca cuenta en su interior con un auténtico hormiguero de simas y galerías en un corredor natural, a caballo entre el clima atlántico y el mediterráneo, lo que permite encontrar en ese entorno restos de homínidos y su presencia, pero también de fauna y especies vegetales que ofrecen una visión muy completa de las diferentes épocas.

Exposición en el Centro de Arqueología Experimental de Atapuerca. Efetur/Santi Otero

Las primeras exploraciones de la zona se remontan a la mitad del siglo XIX; de hecho en 1863 Felipe de Ariño solicitó la concesión en propiedad de la cueva y cinco años más tarde, en 1868, Pedro Sampayo y Mariano Zuaznávar realizaron una descripción detallada de esa cueva, conocida entonces como “Sima de los Huesos”.

Pese a las pequeñas exploraciones, muchas veces sin ningún cuidado de la zona, y la multitud de robos y destrucción en su interior, la Sima de los Huesos sigue siendo hoy una de las partes más ricas del complejo de yacimientos, en la que se han encontrado 7.600 restos que, según el último estudio científico, podrían corresponder a 29 individuos, que vivieron hace unos 450.000 años.

El ferrocarril para hierro y carbón

Fue un hecho casual el que permitió redescubrir Atapuerca, cuando la construcción de una línea de ferrocarril, para transportar hierro y carbón a las siderúrgicas vascas por esta zona de Burgos, dejó en el lugar una gran trinchera, que aún da nombre a los yacimientos más emblemáticos: “La Trinchera del Ferrocarril”.
La línea ferroviaria dejó de funcionar en 1910 y ese mismo año el arqueólogo Jesús Carballo descubrió el yacimiento y las pinturas de la Cueva Mayor, que despertaron el interés de algunos de los arqueólogos más importantes del momento, entre ellos el abate Henri Breuil, uno de los padres del estudio del arte rupestre en Francia, o Hugo Obermaier, autor de “El hombre fósil” (1926), quienes acudieron a estudiarlos entre 1911 y 1912.
Tras un parón de varias décadas, en 1964 el profesor Francisco Jordá Cerdá inició las primeras excavaciones y unos años más tarde miembros del Grupo Espeleológico Edelweiss, que aún colabora con los codirectores de Atapuerca, descubrieron la Galería del Sílex, que contiene restos de rituales funerarios y pinturas de la Edad del Bronce.

En la misma época, el profesor Juan María Apellániz inició una serie de once campañas de excavaciones en el Portalón de la Cueva Mayor, en el que aún hoy trabaja un equipo comandado por Juan Luis Arsuaga.

Pero uno de los chispazos que permite redescubrir Atapuerca se produjo en 1976, cuando el ingeniero de minas Trinidad Torres, que entonces realizaba su tesis doctoral sobre osos fósiles, acudió al antropólogo Emiliano Aguirre con lo que parecían restos humanos encontrados en la Sima de los Huesos.

Entre esos restos se encontraban una mandíbula, dos fragmentos de cráneo y algunos dientes que resultaron efectivamente ser humanos.
Emiliano Aguirre, considerado el padre de las actuales prospecciones de Atapuerca, planteó en 1977 un proyecto de investigación cuyo objetivo era conocer la evolución humana en Europa durante el Pleistoceno Inferior y Medio y formar un equipo de científicos españoles capaces de llevar a cabo tal misión.
En el año 1991, Aguirre se jubiló y dejó el proyecto en manos de los tres codirectores actuales, entonces jóvenes investigadores muy prometedores que venían cada verano a trabajar en la sierra con sus propios medios y se mantenían buena parte de la jornada con agua en un botijo y algún bocadillo.

Desde entonces, Bermúdez, Arsuaga y Carbonell han trabajado en paralelo en el avance de los yacimientos en el plano científico y en la divulgación de los hallazgos, en una estrategia que ha situado a Atapuerca en la cima del estudio de la evolución humana en Europa y uno de los principales yacimientos del mundo.

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