Es martes y hay teatro. Afuera muere la tarde, y yo dejo atrás la jornada laboral para abandonarme al viaje de un subte casi vacío hacia el centro. Observo las pocas caras embarbijadas del vagón mirándose con un desinterés que tiene mucho de curiosidad. El traqueteo y el cansancio colectivo invitan al trance. Para mí, la obra ya empezó.
Se hacen las veinte y pateo tranquilo por Corrientes. Con tiempo. La noche está linda, la obra promete, y me va a acompañar mi muy querido amigo “J”. “La buena felicidad, dicen que no se nota”. Me acuerdo del Indio, y mientras me pega el vientito de marzo, pienso que mi alegría en este momento es tan grande como imperceptible. En la boletería del Metropolitan Sura me encuentro con J. Nos damos un abrazo, agarramos las entradas. Nos añadimos a la fila y mientras parloteamos, empezamos a avanzar.
En contraste con la inmensidad del escenario, Claveles Rojos elige una escenografía sencilla y austera. Asimismo, el vestuario. La obra acarrea diez años de sala llena en el off porteño. ¿Para qué cambiar de piel en la calle Corrientes?
La experiencia viene demostrando a cada semana que, con el demoledor guion de Luis Augustoni, y las actuaciones de un elenco sobresaliente encabezado por Julieta Bermudez y Matías Durini, el espectáculo queda completamente justificado. La verosimilitud que posee esta obra surgida de un drama testimonial genera inevitablemente conmoción en el espectador.
El argumento es altamente convocante; una madre de familia aristocrática, caída en desgracia, queriendo inhabilitar civilmente a una de sus hijas por una supuesta incapacidad por demencia. En este escenario se despliega la lucha feroz por la justicia y la libertad de una joven, quien, junto a un abogado combativo, se enfrentan a todo un aparato disciplinario familiar, escolar, psiquiátrico y judicial que “normaliza”, o segrega. Se visibiliza el óxido de los engranajes de la maquinaria institucional que crujen ante la fuerza de la singularidad de este, y de tantos otros casos.
A lo largo de la obra, las fronteras entre la normalidad y la locura se desvanecen. La inversión de estos términos es tan evidente que el único culpable del juicio por inhabilitación es el sentido común. ¿Qué es la normalidad? ¿Quién la define? ¿Quién puede valerse por sí solo? ¿Quién no necesita de un tercero?
Escribiendo sobre Claveles Rojos, me acuerdo del cuento de García Márquez “Solo vine a hablar por teléfono”, en donde la protagonista, por error, ingresa junto a un grupo de pacientes a un hospital psiquiátrico en el cual queda atrapada, y donde nadie le cree que no le corresponde estar allí. La opinión de los médicos, el ambiente psiquiátrico, los fármacos y el encierro terminan por convencerla de la enfermedad. Contra esto se rebela el personaje extraordinariamente bien compuesto de Julieta Bermudez, de una actuación comprometida y de una sensibilidad absolutamente destacable. En la inmensa tristeza de tener que convencer al mundo de su propia capacidad, la protagonista agita las banderas de la ternura, la amistad y el deseo. Vivir como nos enseñaron a hacerlo, o luchar por lo que se anhela, pagando el costo que deba pagarse.
Esto último resuena en la charla post teatro junto a J, entre la pizza y la cerveza en uno de los clásicos del centro. - ¿Y usted, que edad mental tiene? - Dice uno de los protagonistas. Ambos nos damos diez años menos. Y seguimos debatiendo como dos adolescentes sobre las ganas de viajar, de hacer música, de seguir la brújula del deseo. Aunque también de la angustia, de las propias neurosis y del paso del tiempo.
El escalofrío intermitente, la lagrima y el suspiro que descarga tensiones del final de la obra me obligan a recomendar enfáticamente Claveles Rojos. Un espectáculo con riesgo, con ritmo, con potencia. Que cuestiona y que emociona. Todo lo que uno quiere sentir cuando va al teatro.
Ficha técnica
Actúan: Constanza Fossatti, Luis Agustoni, Matías Durini, Ricardo Levy, Nadia Brom, Julieta Bermúdez, Alejandro Marticorena, Teresa Solana, Yamila Mayo, Diego Gómez Leite, Miranda Caride
Dirección: Luis Agustoni
Autor: Luis Agustoni
Vestuario: Nadia Casaux
Escenografía: Nadia Casaux
Iluminación: Ramiro Galmes