Después de una larga caminata invernal junto a A, quien me acompaña esta noche, llegamos al Regio. La gente se amontona y aguarda con paciencia en el hall. Se manotean algunos vasitos de vino que se ofrecen para degustar y para calentar un poco los esqueletos comprimidos por el fresco que, ya estacionado en la ciudad, se prepara para soplar durante larga data.
Vassa fue escrita por Máximo Gorki en 1915, en Rusia. Cuando la revolución se asomaba y las masas eran un caldo en ebullición. Pero la obra no se estrenó y el texto se reescribió completamente en 1935, y varias décadas más tarde, apareció en pantalla grande. Como cualquier clásico, la obra viaja en tiempo y en espacio, y se resignifica con mayor peso en épocas convulsionadas, como la nuestra.
Kamien, Jacob y Mendilaharzu transforman el texto y traen a “Vassa” al año 2022. En un contexto de crisis y postpandemia, y trasladan el conflicto hacia una Argentina distópica, en pleno estallido social.
Las luces del regio se apagan y se observa el interior del hogar de una familia burguesa. Mientras afuera parece reinar el caos y se oyen disparos, patrulleros, gritos, explosiones, adentro, un hombre rico y enfermo agoniza. Su esposa, Vassa, lo cuida y lo acompaña.
Vassa es una mujer de carácter fuerte y avasallante. Maravillosamente interpretada por Humberto Tortonese, genera risotadas desde el primer minuto oscilando permantemente entre la acidez y la impunidad absoluta. Mientras todo parece volar por los aires, la protagonista intenta tomar las riendas de su hogar, de sus empleados y hasta de sus hijos. Estos últimos, lúmpenes grotescos y descarados, se dedican a esperar, ansiosos, y elucubran en donde serán los cortes de la torta de la jugosa herencia.
Cuando la mandíbula de la desigualdad aprieta fuerte y la represión se hace cotidiana, el estallido se respira. Puede provenir de cualquier rincón, de cualquier esquina, pero su impacto es inevitable. A medida que avanza la obra, el derrumbe de las no está por venir, sino que sucede y a cada instante se recrudece. Sin embargo, los únicos que parecen no darse cuenta de esto, son los personajes, que se sienten exentos al peligro, como si estuviesen ajenos a él, en la comodidad de su hogar.
Disociados, indiferentes, salen a la calle disfrazados de soldados, con chalecos y armas. Compran dólares, hacen negocios, confabulan. Mientras, afuera, la realidad y la indiferencia se combaten y una se va imponiendo sobre la otra.

Me pregunto que hace podamos abstraernos, qué tipo de alquimia disociativa da lugar a ignorar el contexto en el que estamos sumidos. Me pregunto si la indiferencia será un mecanismo de defensa fallido - quizá una negación - o un producto nuestro egoísmo más primigenio. También podría ser un efecto de la costumbre, que con el tiempo, logra naturalizar hasta los máximos horrores de nuestra especie.
Luego pienso si, salvando las exageraciones de toda ficción, realmente estuvimos, o estamos, tan lejos de lo que les sucede a los personajes.
Un elenco destacable y una puesta en escena meticulosa y muy bien lograda. Una obra para disfrutar, reir y pensar.
Versión: Walter Jakob, Felicitas Kamien, Agustín Mendilaharzu
Actúan: Anabella Bacigalupo, Diego Báez, Rita Gonzalez, Darío Levy, Horacio Marassi, Andrea Nussembaum, Javier Pedersoli, Mariano Sayavedra, Humberto Tortonese, Viviana Vazquez
Diseño de vestuario: Magda Banach
Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde
Música original: Carmen Baliero
Diseño De Iluminación: Agnese Lozupone
Duración: 90 minutos
Clasificaciones: Teatro, Presencial, Adultos