El viernes 16 asistimos a una nueva puesta de la obra La Lección. Ésta vez en el Teatro Taller del Ángel y bajo la dirección de Lizardo Laphitz. Esta es nuestra mirada al respecto.
Por Yako Laus
No hay duda de que food for thought es una de las mejores y de las más interesantes expresiones del habla inglesa. Su traducción exacta sería algo así como comida para el pensamiento. Si nos atuviésemos a la literalidad de la misma no habría mucho más que decir: food for thought, algo que nos da que pensar. Sin embargo ésta expresión nos ofrece algo más que aquello que brilla en su superficie. Dado que todo a lo que estamos expuestos nos da de pensar - somos seres pensantes, seres racionales - la expresión perdería sentido si no contuviera en sí misma un sentido oculto. Su condición parcialmente velada señala, justamente, aquello velado del objeto al que hace referencia. Explico: La superficie no produce pensamiento. Ella, ya sea la de una imagen o la de un sonido, lo único que pone en juego son nuestros sentidos, la posibilidad de captar el mensaje que se nos envía y, en todo caso, la posibilidad de que ese mensaje nos agrade o no. A ésta superficialidad, en su ensayo La Cámara Lúcida, el filósofo Roland Barthes la llama studium: aquello que todos pueden percibir y analizar en un cierto nivel. Por el contrario, food for thought no habla de la superficie sino del trasfondo del objeto. Es obligatoria la condición parcialmente velada del objeto para ser considerado food for thought. En otras palabras, sin ocultamiento no puede haber pensamiento ya que todo se encontraría expuesto. A esta parte velada, intangible, Roland Barthes la llama punctum. Un buen trabajo sobre el studium y el punctum, su equilibrio, es fundamental para la comedia. Muchas veces suele usarse este género para decir de alguna manera, aquello que no podemos decir de otra. En este caso, lo cómico, el chiste, sería el studium y aquello que nos quiere decir, pero que nos oculta, es el punctum. En este marco se podría leer la obra del gran dramaturgo de lo absurdo Eugene Ionesco.
La Lección no podría ser más simple si uno no se propusiera bucear por debajo de lo que nos ofrece: Una alumna que acude a la casa de un profesor particular que la ayude a aprobar un examen. Entre ellos, media una especie de ama de llaves con aires y estilo de la Tronchatoro de Matilda. Mientras lo absurdo nos hace reír en la superficie (la alumna no sabe cuánto es cuatro menos tres), el cerebro empieza a maquinar: ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Qué nos está queriendo decir esta obra, escrita en Francia en 1950? En la medida que nos reímos de la ignorancia de la alumna y de la desesperación del profesor por no lograr su cometido, vemos como la relación, en un principio sumamente cordial, se vuelve más y más tiránica. Así, el tema central de la obra, parece residir en la falta comunicación. No en la falta en realidad, sino en la imposibilidad de hacerse entender entre dos personas. Lo absurdo, de hecho, es que mientras asistimos a una imposibilidad comunicativa entre los interlocutores, uno de ellos se revela como un experto en filología. Una definición: Revelarse como experto en el campo del lenguaje, no aporta nada a la instancia comunicativa.
Finaliza la obra y, con el gesto inesperado del protagonista que da el cierre, nos asalta una vez más la pregunta. Ahora, con mucha mayor intensidad: ¿Qué quiere decirnos Ionesco, el autor, con su obra? Un gesto con tanta potencia no puede pasar inadvertido. Resulta entonces, que para encontrar una respuesta se debe caer en el campo de las comparaciones. ¿Y qué si de lo que nos habla es de la imposibilidad comunicativa entre dos sociedades o dos pueblos diferentes representados en el profesor y la alumna? Uno más poderoso que el otro, al menos en el terreno de lo ideológico. Ejemplos hay muchos, antes y después de escrita la obra. Resulta una lógica que se repite a lo largo de la historia. Podríamos quizá llamarla con el término sarmientino de civilización contra barbarie: conquistadores contra indígenas, Nazis contra judíos, Occidente contra Oriente e incluso, fuera de la lógica de la geopolítica, el sexo masculino contra el sexo femenino (acaso tampoco debería ser gratuito que la alumna sea ella y el docente sea él). Lo que parece decirnos en modo de crítica – ya no es una comedia, es una crítica despiadada – es que el problema no reside en la falta de comunicación, sino en el poco interés por lograrla. La alumna es clara en sus deseos. Dice lo que ocurre y lo hace notar. Expresa su malestar y sin embargo, el profesor, con el poder que lo secunda, hace oídos sordos con el fin de conseguir su meta: educar a la inferior, culturalizarla, más atrás en el tiempo, evangelizarla. ¿Será que la comunicación es un hecho social que nos iguala y negarla es una condición sin equa non para mantener la distancia entre el fuerte y el débil? ¿Será que muchos de los enfrentamientos más sanguinarios pudieron haberse evitado si se hubiese abierto un canal serio de comunicación? Es la pregunta que surge horas después de masticada la obra sobre un autor que vivió de cerca las atrocidades perpetradas por Hitler y sus secuaces.
Por último está el ama de llaves. Su lógica, está claro, no puede quedar ajena a éste hecho social al que hace referencia la obra. Pero, ¿A qué actor social representa? Es difícil decirlo sin spoilear, pero el rol que juega está atado a conceptos como la falsa moral o la corrección política. Conceptos que surgieron en toda su plena potencia finalizada la Segunda Guerra Mundial y que se corporizaron en una unión representativa - bastante hipócrita por cierto - llamada Organización de las Naciones Unidas.
FICHA TÉCNICA:
Autoría: Eugène Ionesco
Dirección: Lizardo Laphitz
Elenco: Julia Labadíe, Andrea Mansilla, Juan Molinari
Vestuario: Alicia Guma
Escenografía: Lizardo Laphitz
Diseño de luces: Lizardo Laphitz
Fotografía: Windar Media Producciones
Asistencia de dirección: Richard Courbrant
En El Taller del Ángel: Mario Bravo 1239, CABA.
Viernes 21:00hs hasta el 23/03 y del 06/04 al 01/06
Reservas: 4963-1571 www.tallerdelangel.com.ar
Entrada: $200/$250.