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CULTURA

NACHA GUEVARA SE LUCE EN LA TRASTIENDA

Nacha Guevara se presenta en La Trastienda Club con un repertorio más que interesante.

Estreno:

Jueves 8 de marzo a las 21 hs en La Trastienda Club

Entradas en venta desde $ 500 por www.latrastienda.com

El repertorio que Nacha Guevara presentará sobre el escenario de La Trastienda el próximo mes de marzo, son canciones que fueron estrenadas en el Instituto Di Tella, en la década del 60. El Di Tella fue un semillero de artistas de vanguardia cuyo lema fue, y aún sigue siendo: Seamos Realistas, Soñemos lo Imposible.

Fue el lugar que les abrió las puertas para exteriorizar sus creaciones y que les permitió dar los primeros pasos en sus carreras con los espectáculos como “Nacha de Noche” o “Anastasia querida”.

Artistas que sentían la necesidad imperiosa de expresarse, pero sobre todo, de poder experimentar y manifestarse con creatividad, rebeldía, sin la necesidad de buscar el reconocimiento, ni el éxito, sino más bien la diversión y la libertad interior, ya que la libertad en sí misma, empezaba a ser controlada muy de cerca por la dictadura militar del General Onganía, el mismo que mandó a clausurar el Instituto en 1970.

Esa creatividad y rebeldía que marcó al Di Tella le permitió a Nacha interpretar canciones de humor “ingenuo”, pícaras y hasta bizarras, pero que contenían críticas al sistema social y político, como “La Doble Cero” escrita por Ernesto Schoo y Roberto Rodríguez o “No se casen, chicas” de Boris Vian.

“Las canciones que nunca volví a cantar” es un show en el que Nacha Guevara cuenta su historia personal: sus comienzos, sus éxitos, sus fracasos, las críticas recibidas. La historia de un Patito feo que se convirtió en cisne para poder volar.

Sobre el contexto socio-económico de la época.

En los últimos años de la década de 1950, la Argentina atraviesa un acelerado proceso de expansión industrial. Las políticas desarrollistas impulsadas desde el gobierno generan un clima propicio para las inversiones extranjeras.

A este crecimiento de la actividad industrial, se le suma un cambio en las políticas del Estado argentino relacionadas con la investigación científica y la producción intelectual. Para principios de la década del 60, el clima de prosperidad y crecimiento económico se refleja de manera evidente en la vida cultural.

En esta época se renuevan instituciones tradicionales como el Museo Nacional de Bellas Artes, y se crean otras nuevas, como el Museo de Arte Moderno. Más allá del circuito oficial se abren distintos espacios de experimentación; uno de ellos pronto adquiere una gran relevancia.

Financiado por una reconocida marca nacional de automóviles y electrodomésticos, el Instituto Di Tella pronto se convierte en un polo de atracción para muchos artistas de vanguardia.

En su edificio de la calle Florida se dan cita algunos de los nombres más destacados de la cultura de estos años: como el músico y compositor argentino Alberto Ginastera, que dirige el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales del Instituto Di Tella, el crítico y docente Jorge Romero Brest, a cargo del Centro de Artes Visuales, y el director teatral Roberto Villanueva, responsable del Centro de Experimentación Audiovisual.

El surgimiento de la televisión y las distintas innovaciones electrónicas amplían el universo de imágenes y sonidos, y expanden los horizontes del lenguaje artístico.

Atendiendo a estas novedades, muchos escultores, fotógrafos y pintores se convierten en “artistas visuales”, que no dudan en incorporar las nuevas técnicas y materiales a su trabajo habitual.

En poco tiempo, términos como “pop art”, “happening” o “performance” se hacen cada vez más habituales entre los artistas de vanguardia. La combinación de la plástica tradicional con los lenguajes modernos de la televisión, la prensa gráfica y la publicidad, pronto atrae el interés de los medios de la época y de la crítica internacional.

En los pasillos y salones del Di Tella pueden convivir los estruendosos happenings de Marta Minujín, con obras de un contenido político más explícito, como el “Arte Vivo” de Alberto Grecco, o la “Nueva Figuración” de Rómulo Macció y Jorge de la Vega.

Todos, de una u otra manera, intentan reflejar el espíritu de una época, donde el progreso económico y la renovación cultural parecen ser inagotables.

Durante la década del 60, un sector de la sociedad comienza a ganar mayor protagonismo. Los jóvenes, la nueva franja de consumidores, poco a poco va forjando una cultura propia, que busca diferenciarse del mundo de los adultos, ya sea en su forma de vestir, peinarse, hablar, o pensar.

Esta cultura juvenil constituye un fenómeno a nivel mundial, que se esparce a la velocidad que imponen los nuevos medios de comunicación y produce grandes cambios en la forma en que los jóvenes se relacionan con la sociedad. Estas modificaciones generalmente vienen cargadas de fuertes cuestionamientos a la autoridad y los valores establecidos.

También en los 60, la mujer atraviesa por una serie de cambios decisivos en su rol social. La mayor presencia femenina en el mercado laboral, así como el aumento en el número de profesionales universitarias, les permite a muchas mujeres gozar de una mayor independencia económica.

Pasada la primera mitad de la década del 60, tanto el arte experimental como la industria del entretenimiento continúan en franco ascenso. En este contexto comienzan a surgir debates sobre la existencia de un arte popular o de masas, en contraposición a una cultura elitista o de vanguardia. Mientras este debate ocupa a algunos sectores importantes de la opinión pública, la situación política del país cambia, y muchas de las innovaciones que hicieron famosa a la década del 60 comienzan a peligrar.

Llegado el año 1966, la Argentina vive un clima de efervescencia y renovación cultural sin precedentes. El cine, la literatura y las artes plásticas reciben la consagración del público y la crítica, tanto en el país como en el extranjero. Al mismo tiempo, los medios de comunicación masivos siguen llevando las más variadas formas de entretenimiento al interior de los hogares, mientras que la juventud, la gran protagonista de la hora, pone a prueba todos los modelos y valores establecidos, llenando de color y desenfado la vida cotidiana.

Cuando todo indica que el cambio cultural llegó para quedarse, un nuevo golpe militar cambia drásticamente el escenario. El 28 de junio de 1966, el teniente general Juan Carlos Onganía derroca al presidente constitucional Arturo Humberto Illia. A horas de tomar el poder, el gobierno de Onganía recorta las libertades políticas, e impone una fuerte censura a las actividades artísticas e intelectuales

La universidad pública y la investigación científica, dos baluartes de las políticas desarrollistas, comienzan a atravesar un oscuro período de control ideológico y persecución política. En cuestión de meses, todas las audacias estéticas que caracterizaron los primeros años de la década del 60 comienzan a diluirse, y lo que antes del golpe era considerado como “novedoso” o “alternativo” cae invariablemente bajo el rótulo de “sospechoso” o “subversivo”. Las marcas distintivas de la rebeldía juvenil, como el pelo largo, la ropa colorida, los pantalones anchos y las minifaldas, se convierten en un factor de persecución policial;

Los artistas de vanguardia, que hasta hace poco constituían la gran novedad, caen también bajo las garras de la censura. Ante este nuevo escenario, muchos de ellos deciden radicalizar sus propuestas y abandonar transitoriamente los lenguajes abstractos y herméticos para intervenir de forma más concreta en la realidad. En cuestión de meses, el clima de censura y recorte de las libertades públicas se traslada a la vida cotidiana y a las formas masivas de producción cultural.

Llegado 1968, el control político y militar de la dictadura se extiende a todos los ámbitos de la sociedad. Las fuerzas policiales reprimen tanto a militantes de izquierda y sindicalistas combativos como a artistas de vanguardia y jóvenes que no encajan en el modelo pretendido por el sistema.

Al descontento político generado por la dictadura también se suma la impopularidad de sus medidas económicas, que tienden a privilegiar a los capitales más concentrados en detrimento de los sectoresasalariados y las pequeñas empresas.

Para esta época, las desigualdades sociales generadas por la economía capitalista se hacen más evidentes.

Ante la gravedad de la situación, muchos artistas deciden radicalizar sus formas de expresión, y tomar una actitud de resistencia. Es así, que llegado el año 1968, los intereses de varios artistas de vanguardia confluyen con los del Movimiento Obrero.

A mediados de este año, en el Instituto Di Tella, durante la muestra anual Experiencias 68, el artista Oscar Bony contrata a una familia de clase trabajadora para exponerla ante el público como una obra de arte.

En la misma muestra, el escenógrafo Roberto Platé instala en el medio del salón la réplica de un baño público, e invita a los asistentes a escribir grafitis en sus paredes. En pocas horas, las paredes de la instalación El baño, se llenan de insultos contra el gobierno e inscripciones de alto contenido sexual. El 23 de mayo, el gobierno de Onganía ordena el retiro de esta obra. Como reacción a la medida, el resto de los expositores sacan sus trabajos a la calle y los destruyen a la vista del público.

Este acto marca el fin del romance entre muchos artistas de vanguardia y las instituciones culturales que los patrocinaban. A partir de este momento, para muchos artistas, la verdadera vanguardia consiste en enfrentar de manera concreta y directa a la dictadura. Esta clausura dio inicio al fin de un Instituto Di Tella que tuvo su cierre definitivo en el 70 por decisión del gobierno de facto de Onganía.

 

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