Por Yako Laus
Por si entre ustedes hay algún desprevenido, vale la pena destacar que la obra de la que voy a hablar, La Pilarcita, es el fenómeno más reciente del off porteño. A lo largo de sus cuatro temporadas cosechó elogios tanto por parte de la crítica como del público obteniendo, entre otras, seis nominaciones a los Premios Teatros del Mundo. Cuatro actores en escena y una historia en apariencia de lo más simple, son suficientes para sostener esta obra entre las más interesantes que se puedan encontrar en cartelera. Es, de hecho, en la simpleza de ésta obra donde reside su magia.
De una superficialidad que roza la comedia a un fondo que bucea en el drama costumbrista, la autora, Maria Marull, nos presenta a Celina, Celeste, Selva y Hernán. Cuatro personajes que cruzan sus vidas en un hotelucho de pueblo en las vísperas de los festejos a La Pilarcita, la virgen local: Celina y Hernán, hermanos y en apariencia dueños del hotel, Celeste, la mejor amiga de Celina y Selva, la huésped, la extranjera, que proviene desde la gran ciudad para rendirle homenaje y pedirle un favor a la virgen. Estos cuatro personajes traban en dos días, una relación bastante compleja más basada en las diferencias que los separan que en las similitudes que los unen.
Si hay algo de lo que siempre disfruto, son las historias que remiten a la vida en los pequeños pueblos, alejados, perdidos, quizá en medio de una nadería inmensa. Será, posiblemente, porque siendo porteño alguna vez elegí irme a vivir a uno de estos pueblitos por dos años experimentando de primera mano aquello de la vida de pueblo que tanto se habla cuando se dice pueblo chico, infierno grande. No es que la ciudad sea la panacea, cierto, más bien todo lo contrario. Ya lo dejaron en claro con sus pinturas Edward Hooper en Estados Unidos y Graciela Iager con sus Paisajes Íntimos acá en Buenos Aires. Sin embargo, pareciera ser que el lugar por excelencia para las pasiones y los deseos ocultos - siempre bajo el manto de cierto devenir cansino - se encuentra lejos de las grandes ciudades: el Macondo de García Márquez. Entonces, cuando una obra logra reflejar esta naturaleza arquetípica de el pueblo, me embelesa de tal manera que me resulta difícil tomar distancia. Así esta obra es uno de esos casos a los que hago referencia. A través de los ojos de las protagonistas obtenemos tres perspectivas diferentes de lo que el pueblo significa para cada una de ellas obteniendo un cuadro bastante completo. Mientras que para Celina el pueblo es aquel lugar de pertenencia, del que uno normalmente no elegiría irse, para Celeste funciona de manera opuesta: el pueblo la agobia y la aburre. Distinto es el caso de la extranjera Selva que viene de la gran ciudad y vive su estadía como un infierno dantesco: Sin comodidades, a merced de un sol litoraleño que raja la tierra y con una siesta obligada que se hace eterna si se requiere algo de urgencia en medio de la tarde.
Las plantas haciéndose las víctimas, esperando siempre que alguien las riegue es una de las líneas de diálogo aparentemente inocuas, aparentemente cómicas de Celeste que sin embargo resulta de una profundidad reveladora. ¿Qué son sino estos personajes de pueblo, aburridos y detenidos en el tiempo esperando que algo ocurra o que algo les ocurra?¿Qué es sino Celia esperando que el chico que le gusta le preste atención a pesar de que ella nunca se le haya insinuado?¿Qué es sino Celeste, hastiada de la vida en ese pueblo, que no se anima a tomar la decisión de irse en busca de una vida que la satisfaga?¿No son plantas esperando ser regadas, sin el coraje que quizá debieran tener para tomar el toro por las astas y modificar el rumbo de sus vidas?¿Qué son sino todos esos peregrinos que llegan desde lejos para rezarle a La Pilarcita?¿Qué es sino Selva, una de esas peregrinas desesperada por salvar a su acompañante sin poder siquiera salvarse a sí misma, esperando por alguna solución providencial en aquel pueblito sin nombre?¿No son todas plantas esperando ser regadas?¿Somos nosotros, los espectadores, también, esas plantas? Esta cuestión es sólo una de las tantas sobre la que logra hacernos reflexionar la obra de María Marull.
En el cierre de esta nota, sólo me queda hablar del cierre mismo de la obra. Si bien es cierto que de una u otra manera el final puede intuirse, no deja de ser también cierto el hecho de que este final es poseedor de una poesía excepcional. Lo metafórico y lo literal, el milagro y la acción, lo divino y lo terrenal se conjugan para darle a esta historia un cierre digno de un aplauso tal como debe haber sido en cada una de sus funciones. Cuando se prenden las luces una última pregunta nos asalta: ¿Qué tendremos que ver nosotros, habitantes de una ciudad tan grande, moderna y populosa como Buenos Aires, con aquellos pueblerinos tan distantes en distancia como idiosincráticamente? Quizá la respuesta sea mucho más de lo que creemos.
FICHA TÉCNICA
Dramaturgia: María Marull
Actúan: Pilar Boyle, Juan Grandinetti, Mercedes Moltedo, Luz Palazon
Vestuario: Jam Monti
Iluminación: Matías Sendón
Diseño de espacio: Jose Escobar, Alicia Leloutre
Fotografía: Sebastián Arpesella
Diseño gráfico: Natalia Milazzo
Asistencia de dirección: Sofía Salvaggio
Prensa: Carolina Alfonso
Dirección: María Marull
EL CAMARÍN DE LAS MUSAS
Mario Bravo 960, Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4862-0655
Web: http://www.elcamarindelasmusas.com
Entrada: $ 300,00 - Sábado - 20:00 hs - Hasta el 23/12/2018
Entrada: $ 240,00 - Sábado - 20:00 hs y 22:00 hs - Hasta el 29/12/2018
Entrada: $ 300,00 - Sábado - 22:00 hs - Hasta el 29/12/2018