Fuimos a ver la obra de Tennesse Williams Dulce pájaro de juventud, en el Centro Cultural 25 de Mayo, con los protagónicos de Beatriz Spelzini y Sergio Surraco y esto es la narración de nuestra experiencia frente a la misma.
Por Yako Laus
Una vez adentro del Teatro y Centro Cultural 25 de Mayo, se pueden palpar con facilidad sus casi cien años de historia. El Petit Colón, como se lo conoce, fue rescatado del olvido por los vecinos del barrio hace algo más de diez años y, desde entonces, brilla con una intensidad inusitada dotando a Villa Urquiza - a la Av. Triunvirato en especial - de un aire a la vez intelectual, cultural e histórico, convirtiéndose, incluso, en la envidia de los barrios aledaños. Demás está decir, que estoy aires culturales vienen acompañados de algunos efectos colaterales de dudosa procedencia como los snobs y los wannabe de turno. Así como en el Teatro Colón – el verdadero – uno no puede evitar al hombre maduro, de canas peinadas al estilo “lengüetazo de vaca”, vestido de rigurosa etiqueta, de caminar altivo y espalda recta; siempre acompañado por su mujer enfundada en un vestido negro, con perlas blancas en el cuello y un reloj dorado en la muñeca; lo mismo ocurre en el 25 de Mayo, aunque a una escala disminuida. La ropa de etiqueta desaparece, pero la figura del hombre maduro y culto, mirando de soslayo a todo aquel que lo rodea, no.
Fue uno de estos especímenes, el encargado de hacerme notar a los gritos, en medio de la sala que me había colado. Intenté tranquilizarlo diciendo que no había sido mi intención, le ofrecí mi mano en señal de disculpa y lo invité a que se acomodara antes que yo, pero el pobre hombre desconsolado había sido ofendido y no era posible una reparación. La única satisfacción para un caballero es la venganza. Así las cosas, le di una buena propina al acomodador y no volví a mirar atrás.
La primera y última vez que ví a Beatriz Spelzini en persona fue en los camerinos del Teatro San Martín, cuando me recibió amablemente para firmar un compromiso de participación en uno de mis tantos proyectos truncos. Una actriz soberbia a la que conocí mientras se preparaba para representar a Ana en El Principio de Arquímedes. Tan bien estuvo ahí como está acá: la química con Sergio Surraco es hipnótica y sobre ella reposa casi toda la carga dramática de la obra. Una obra menor de Ten, cierto, pero que gracias a ambas interpretaciones en los papeles de Alexandra del Lago y Chance Wayne, se vuelve una parada obligatoria del circuito teatral.
Llama la atención que temáticas abordadas en ésta obra escrita a fines del 50, encuentren ecos aún hoy, setenta años después. Cada uno de los conflictos puestos en escena por los distintos personajes, podrían haber salido del diario de ayer por no decir del de mañana. La discriminación racial – antecedente directo de la xenofobia – en épocas en que se debate en los medios sobre si somos un país demasiado abierto y generoso con nuestros vecinos, cae como anillo al dedo. Acá y allá (en la obra, en Estados Unidos, en los ´50) lo diferente queda afuera. Sin embargo, lo diferente se manifiesta en otros dos conceptos: Lo vacío y lo viejo.
Respecto a lo vacío, el llamado surge por parte de un personaje secundario como un grito feminista que atraviesa más de medio siglo: La mujer negada de su condición por el hecho de no poder tener hijos. Por haber sido vaciada quirúrgicamente. Como si una mujer fuera menos mujer por no poder procrear. Como si el único fin de una mujer fuera tener hijos. En efecto, el personaje ES una mujer, pero diferente. No puede ser bella una mujer incompleta. Ésta negación de lo femenino nace desde ella en un claro ejemplo de internalización del discurso machista. Ella es su propio macho. Se censura, se violenta y se entrega a la bebida mitad por nihilismo y mitad por una búsqueda de entumecimiento.
En lo que respecta a lo viejo, que se revela como el hilo central de la trama, aparece en la forma del rechazo a la vejez y al inexorable paso del tiempo. El título de éste comentario es también el de uno de los libros del genial filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han. Allí, como en todos sus otros textos, el autor plantea una dicotomía que se actualiza con cada tema que aborda: La oposición entre lo positivo y lo negativo. Para el autor, en la actualidad, la belleza es sinónimo de “lo pulido, lo pulcro, lo liso e impecable”. Todas características de lo positivo porque no dañan ni ofrecen resistencia. Lo viejo nunca puede ser bello por una cuestión biológica: La piel se arruga y raspa, el pelo se cae, el cuerpo hiede y la panza crece. Así, ante el irremediable paso del tiempo, los protagonistas, que supieron disfrutar de las mieles de la belleza en su juventud, ahora ven en sus cuerpos sólo los símbolos de lo negativo. Esto es lo que los une: En pleno descenso a los abismos donde gobierna Chronos, Alexandra del Lago y Chance Wayne se ven emparentados. Hermanados por horror más que por placer. Ellos ahora son diferentes y así se sienten. Portadores eternos de la característica de lo feo, de lo no-bello.
Así, la otredad – el rechazo a lo diferente - y el temor al paso del tiempo se exponen como los temas centrales. Temas que tan en agenda se encuentran en estos días, volviendo casi indispensable el visionado de la obra. La negación del otro, ya sea racialmente o biológicamente, se encuentra a la orden del día y ésta obra, aunque haya sido escrita hace setenta años, nos lo recuerda.
Dulce pájaro de juventud
De Tennessee Williams
Traducción de Cristina Piña
Dirección: Oscar Barney Finn.
Elenco: Beatriz Spelzini, Sergio Surraco, Carlos Kaspar,
Malena Figó, Victorio D'Alessandro, Pablo Mariuzzi, Maby Salerno, Pablo Flores Maini, Gastón Ares, Sebastian Dartayete.
Pianista: Pablo Viotti.
Funciones: jueves a domingo a las 20.30 hs
Localidades: $ 300.- Jueves día popular.
Centro Cultural 25 de Mayo – Av. Triunvirato 4444 – CABA