A 95 años de su nacimiento, el mes pasado se inauguró una muestra homenaje del artista argentino, donde se expuso parte de su destacada producción, bajo el rótulo de "Esta es mi casa".
Además, su hija Joaquina, nos cuenta más sobre la intimidad de este grande de la cultura argentina.
El día en que Clorindo Testa hubiera cumplido 95 años, el pasado 10 de diciembre de 2018, el Museo Nacional de Bellas Artes inauguró una muestra homenaje que reúne 33 obras del pintor y arquitecto argentino nacido en Italia. Al día siguiente, el 11 del último mes del año, se cumplieron cinco años de su fallecimiento, y la exhibición nos invita a repensar y poner en valor su extraordinario legado.
“Clorindo Testa: ‘Esta es mi casa’” es la exposición homenaje que, en el primer piso del Museo, se despliegan las pinturas, dibujos e instalaciones realizadas desde 1968. La curaduría, a cargo de María José Herrera y Mariana Marchesi, directora artística del Museo, explora el cruce de lenguajes y disciplinas en el que también se hace presente toda la influencia de la arquitectura, urbanística y ecología que caracterizaba al artista.
“La paradoja que hace de la arquitectura un momento estático, congelado en el tiempo, recobra un dinamismo perturbador en la producción plástica de Testa”, sostuvo en el acto inaugural Andrés Duprat, director del Bellas Artes. Y agregó: “Si en su brutalismo arquitectónico perseguía la verdad cruda de la materia que sustenta el habitar, con énfasis en la geometría abstracta que modula construcciones y vida urbana, en su obra plástica replica el gesto, desafiando las convenciones sobre el arte y sus circuitos de legitimación”.
En el recorrido, "Apuntalamiento para un museo" (una reconstrucción de la instalación que Testa realizó en 1968 en la misma institución para la muestra colectiva “Materiales, nuevas técnicas, nuevas expresiones") es la obra que inicia la exposición en el hall central del primer piso. Se trata de un andamio con el que Testa unió sus dos pasiones, el arte y la arquitectura, para señalar la crisis que atravesaban por entonces las instituciones.
Las curadoras, por su parte, explicaron: “Como arquitecto, Testa reflexiona sobre las falacias de la modernidad y su funcionalismo, critica el hacinamiento y las rutinas de ordenamiento a las que el ciudadano contemporáneo está sometido. Desde la pintura, desarma los postulados de la arquitectura moderna y racionalista, aquella que había marcado su formación”.
El grito en el balcón (1975); Graffiti españoles sobre un muro del Cuzco (1979); El espejito dorado (1990); Explosión en la Casa de Moneda Potosí (1992); por ejemplo, son otras de las producciones que Clorindo creó con acrílico, tintas y objetos para representar varias de sus inquietudes y reflexiones sobre la historia y la Conquista de América.
En 1975, Clorindo Testa se unió al Grupo CAYC, fundado por Jorge Glusberg -quien dirigió el Museo Nacional de Bellas Artes entre 1994 y 2003- en el Centro de Arte y Comunicación. El objetivo de la institución tenía como objetivo ensamblar disciplinas y, desde allí, Testa tuvo la oportunidad de desarrollar sus dotes de artista y urbanista. Es que algunos de los temas por los que Testa siempre se interesó fue el problema urbanístico de la transformación de Buenos Aires: proyectó edificios emblemáticos de la ciudad (la Biblioteca Nacional o el ex Banco de Londres, hoy Banco Hipotecario) y representó los planos de la ciudad desde su fundación y desarrollo, entre otras tantas obras.
“Desde finales de los años 80, su lenguaje, siempre expresionista, cita de diversos repertorios y disciplinas, de fragmentos superpuestos de distintas temáticas e imágenes, sintonizó con las tendencias de la denominada pintura posmoderna. Una de sus temáticas predilectas en esta época fue la historia de América, en particular la empresa económica que impulsó las grandes travesías hacia el nuevo mundo en el siglo XV y sus consecuencias: la explotación y el sometimiento de los pobladores originarios”, se destaca en el texto curatorial.
Todas las obras que se presentan pertenecen a la colección de la familia Testa, y de otros acervos públicos y privados, como el Bellas Artes, Cancillería Argentina, Fundación Proa, colecciones Balanz Contemporánea y Daniela Mac Adden.
Clorindo Testa, por su hija Joaquina
A continuación, la hija del artista, Joaquina Testa, nos cuenta más sobre la vida y personalidad de su padre, sus horarios puntillosos y gran afición que siempre tuvo por el trabajo y sus obras...
-¿Cómo era un día cualquiera en la vida de Clorindo?
-Se levantaba temprano, desayunaba y se iba hacia el estudio. Paraba en los cafés La Farola o Babieca (Santa Fe y Riobamba) a tomar un segundo café y a pensar en obras que estaba proyectando o en pinturas que tenía planeadas para alguna exposición. Llegaba al estudio alrededor de las nueve de la mañana. A las 13 volvía a casa para almorzar y dormía una siesta hasta las 15 en punto. Volvía al estudio para seguir proyectando y trabajando. De ahí regresaba a su casa o se iba a alguna inauguración, reunión del Fondo Nacional de las Artes o de la Academia Nacional de Bellas Artes. Cenaban en casa, afuera o en casas de amigos.
-¿Eso durante la semana?
-Los domingos tenían la costumbre de almorzar en algún restaurante, con tres o cuatro amigos, siempre eran los mismos. Por la noche le gustaba cocinar pasta (seca, italiana) y creaba alguna salsa, cada vez distinta. Había un "elenco estable" y muchas veces algún invitado extra: amigos extranjeros, a veces artistas o arquitectos de visita en Buenos Aires.
-¿Qué podrías decir sobre su personalidad?
-Era muy callado, pero decía las cosas justas. Tenía mucho sentido del humor. Era muy generoso, con su tiempo y con su conocimiento. Le gustaba recibir a arquitectos jóvenes y estudiantes de arquitectura y charlar con ellos. Era muy correcto y honesto. Le gustaba mucho trabajar y estaba orgulloso lo que hacía, pero no alardeaba de las cosas (obras, premios) que había conseguido.
-¿Qué cosas le gustaba/hacía además del arte?
-Le gustaban las máscaras africanas y las maquetas de barcos. Leía mucho para recabar información sobre temas que le interesaban, pero "salteado", browsing cada libro en busca de lo que le llamaba la atención. Le gustaban mucho las anécdotas históricas, los temas del pasado y también del presente de la arquitectura y de la condición del hombre en la ciudad. Le gustaba viajar, a Italia sobre todo, donde tenía parientes y también muy buenos amigos.
-¿Cómo fue tu encuentro (o reecuentro), ya siendo adulta, con la obra de tu padre?
-A partir de su muerte me tuve que ocupar de inventariar y reorganizar el guardado de la obra que quedó, y eso me expuso a obras que conocía muy bien, pero también a otras obras que no conocía o conocía poco. Antes era como que lo daba por sentado; ahora lo aprecio mejor.
-¿Recordás cómo trabajaba sus obras (métodos, cábalas, etc.)?
-Recuerdo que él siempre decía que pensaba cada obra antes de hacerla. La pensaba y después la ejecutaba como la había pensado. Los sábados iba al estudio por la mañana, solo para pintar o crear sus instalaciones. Él no pintaba con la tela sobre un caballete, sino sobre un tablero o mesa, a veces incluso sobre el piso, pero siempre horizontal.
-¿Qué relación tenía con otros artistas? ¿A quiénes admiraba?
-Era muy amigo de Josefina Robirosa, con quienes nos veíamos también socialmente. También de Enio Iommi, pero en una situación más de "amigos que trabajan juntos". O sea, no se veían para comer o salir juntos, pero les gustaba mucho colaborar en exposiciones. Jacques Bedel o Juan Stoppani eran otros artistas amigos.
-¿Qué es lo que más rescatás de su legado?
-¡Su vigencia! Hay obras, tanto de arquitectura como de pintura, que tienen 30 o 40 años y que podrían haber sido hechas hoy, en cuanto a aspecto y también, o sobre todo, a concepto.
-¿Qué le dirías a quienes todavía, quizá, no se acercaron a su obra para disfrutarla más?
-Creo que la obra de papá es atractiva y llama la atención visualmente, pero lo más interesante es ir más allá de su aspecto físico e interiorizarse sobre las historias que cuenta o los conceptos de la actualidad que explora o critica.