En "La melancolía de los perros", Carolina Esses aborda una historia cuya trama se va desgranando lentamente de la mano de personajes anclados en un pasado de pérdidas que afloran en el presente, a partir de la intrigante decisión de la protagonista de demorarse en denunciar la desaparición de su hija adolescente.
Esa tardanza imprime un rasgo de extrañeza a la novela, que se extiende a la interioridad de los personajes y hace juego con la intriga que se instala desde el primer momento en el texto.
La obra está protagonizada por Inés -madre de Eugenia- que trabaja en una escuela como psicopedagoga; Oscar, ex pareja de Inés que se obsesiona por encontrar a la adolescente, aún después de muchos años; y Eva, amiga de Inés, dueña de una veterinaria donde la protagonista compra uno de los perros que la acompañarán a partir de la ausencia de su hija.
Esses, autora de "Un buen judío" y "Temporada de invierno", dialogó con Télam sobre el armado de esta obra editada por Bajolaluna.
- Télam:¿Cuál fue el hecho, idea o motivo que dio origen a la novela?
- Carolina Esses: Tenía una imagen, una idea: una mujer se demora en hacer la denuncia sobre la desaparición de su hija. Pasan los días y no la hace; pasa una semana y no la hace. A partir de ahí empecé a indagar en el por qué, en quién era esa mujer. Me interesa mucho la novela como forma, el lento desarrollo de una trama, por eso decidí seguir el devenir de tres personajes –la madre, la hija y una ex pareja de la madre- durante 30 años.
- C.E: Se puede decir: "cualquier madre buscaría a su hija, movería cielo y tierra", pero no hay tal cosa como "cualquier madre" y, justamente lo que me interesó fue pensar qué pudo haberle pasado a esta madre en particular, para no poder tener un vínculo con la hija. Creo que no hay una sola manera de lidiar con la ausencia y ahí es donde se instala el relato.
- T: ¿Cómo acompaña el desarrollo de la historia la elección de personajes mediocres, sin mayores realizaciones personales?
- C.E: Me interesan las vidas pequeñas, como si pusiera el foco en los que están en los costados de la foto, no en primer plano. Quizás por eso me engancho tanto, siempre, con los personajes secundarios. Me interesa la tristeza, lo que se va cayendo. Personajes que no pueden con sus vidas, que hacen lo mejor que pueden. Por otro lado, el telón de fondo de los setenta, está ahí, un escenario que tiene que ver con la derrota. Y en el caso de Oscar, me encantó indagar en la vida de un empleado municipal, en el tedio, en el aburrimiento. Soy empleada municipal (trabajo para las Bibliotecas de la Ciudad) desde hace como quince años, sé de qué se trata.
"Me gusta la narración lenta, morosa, que va a contramano de la velocidad de, por ejemplo, las series; por eso quizás no me llevo bien con el cuento"
- T: Un tema que aparece es el ocultamiento. Inés no le cuenta a su amiga Eva ni en la escuela donde trabaja sobre la desaparición de su hija, ¿a qué responde esa característica?
- C.E: La novela trabaja el vacío, la elipsis, lo no dicho. El barrio entero sabe que la chica desapareció pero Inés, la madre, no lo habla, no la nombra. Balcarce, el comisario que se pone al frente de la investigación lo dice cuando visita la casa para buscar alguna pista. Dice algo así como que esa madre no tenía idea sobre la vida de esa chica, dice que esa chica era para la madre una extraña. En ese sentido Inés es sumamente sincera. No le vende a la gente la imagen de una madre triste, desahuciada. Al pensar en Inés, me interesó mucho jugar con lo políticamente correcto: luchó por sus ideales revolucionarios en los 70, ayuda a los más pobres, ejerce la psicopedagogía con un gran compromiso, incluso tiene una vida espiritual, pero no puede ser "la buena madre", ni siquiera puede ser "madre" a secas. Y luego el contrario: Oscar, un personaje violento, despreciable desde muchos puntos de vista que es quien se obsesiona con encontrar a esa chica, con saber qué fue de ella. Trabajo mucho los personajes, trato de saber de ellos más de lo que ellos mismos saben.
- C.E: Estamos solos, solos tratamos de lidiar con nuestra vida. En la novela hay mucha comunidad. Está la religión –como trampolín para la revolución, la concreción de los ideales de los 60 y 70, pero también como iluminación, como una forma de que el mundo sea más tolerable-, está la causa por la ecología, está la compañía de los animales. Pero en el fondo, mentiríamos si dijéramos que no estamos solos con nuestros miedos, con lo poco o mucho que cada uno ha ido haciendo de su vida.
- T: La sexualidad está muy presente en la novela. ¿Cómo juega con la melancolía que impregna el tono de la novela?
- C.E: El deseo sexual es vital para cada uno de ellos. Me gustó pensar mujeres -Inés, su amiga Eva- que lo viven como algo fundamental, que las libera, que las saca por un rato de esa quietud en la que están instaladas. Esa fuerza atraviesa, incluso a los perros. Quizás porque conecta a los personajes con su parte más animal, más carnal y en ese sentido, quizás, más auténtica.
- C.E: Me gusta la narración lenta, morosa, que va a contramano de la velocidad de, por ejemplo, las series; por eso quizás no me llevo bien con el cuento. El cuento pide otra aceleración, creo. En la novela la narración es demorada, sobre todo en la primera parte. Lo que debería suceder como bien decís, según el sentido común –que la madre busque a la hija- no sucede; en lugar de eso lo que se muestra es a una mujer que va a trabajar, tiene un amante, se lleva un perro a vivir con ella, conversa por teléfono con una amiga; y un hombre que trata de buscar una respuesta y así día tras día, semana a semana, años.
- T: Durante la lectura, especialmente hacia el final, tuve la sensación de que todo lo sucedido con la hija no era verdad, o que puede ser tomado como una no verdad. ¿Que opinás de esa lectura?
- C.E: Creo que en gran medida la novela avanza en relación a la pregunta ¿qué pasó con la hija? En ese sentido, es difícil hablar del tema sin arruinar el suspenso que sostiene la novela. La verdad es que la historia tuvo muchas versiones. Imaginé el destino de la hija de infinidad de maneras distintas. En alguna el relato ni siquiera la nombraba. En otra, a veces, recordaba a la madre. En otra me pareció que bien podría haber encontrado su propia lucha. ¿Es verosímil? ¿No lo es? No podría decirlo. En algún punto la literatura sólo responde a sus propias leyes. Quizás una podría decir que esa hija, esa ausencia es también un fantasma, una herida abierta que sólo puede cerrarse a partir de la construcción de un relato. O quizás no: tal vez se pueda pensar en un destino posible, concreto para esa hija.