El Gobierno de facto de Leopoldo Fortunato Galtieri, en franca caída, improvisó un enfrentamiento bélico contra una potencia mundial apelando a la apropiación de las vidas de adolescentes y jóvenes con el recurso de la prepotencia y la disciplina de cuartel. ¿El resultado? Cientos de vidas mutiladas y otras destruidas.
Para esta fecha recuerdo un documental que me conmocionó, No somos héroes, De pibes a veteranos, de Gustavo Saitta. El nombre de por sí impacta, por el carácter de denuncia a quien se apropió de la juventud de estos muchachos. Allí mismo aparecen voces que cuentan sus padecimientos, el dolor vivido, el maltrato recibido por superiores militares que imponían el rigor de cuartel en medio de una guerra. Los trataban con ese particular desprecio con el que se disciplinaba a los colimbas. Muchos de ellos denunciaron violencias tan cotidianas como extremas, siempre ejercidas por oficiales, como el caso de formar filas desnudos o de estaqueamientos durante la noche cuando las temperaturas eran extremas. Las torturas recibidas eran un continuo modus operandi de la dictadura que reinó en nuestro país, pero también una forma de aleccionar “bien de macho” propia de los milicos.
Rodolfo, uno de los protagonistas del documental, asegura que “no son héroes sino víctimas”. Cada uno de los siete muchachos que participan en esta investigación audiovisual cuentan cómo arribaron a las islas y cómo se enteraron de la novedad del desembarco, ya sea en medio del camino o bien cuando estaban en el extremo sur del continente cumpliendo desde hacía varios meses el servicio militar, y sin poder avisar a sus familias. Aureliano, otro de los protagonistas, relata con amargura: “No fuimos a la guerra, nos llevaron engañados, nosotros no pudimos decidir nada”.
El heroísmo parte de una acción voluntaria que está íntimamente relacionada con el sacrificio y el altruismo. Alguien que arriesga su vida para salvar o proteger a una o más personas. Pero en el caso de los pibes de Malvinas podríamos decir que fueron mandados al sacrificio. ¿Qué podían hacer estos chicos de 18 años frente a un gobierno de facto que los estaba arrojando a la guerra sin abrigo ni preparación? ¿Resistirse? Los militares no lo permitían y tampoco la mirada de la sociedad de ese entonces.
La figura del desertor en una guerra es similar a la del cagón en el barrio. El Estado puede sancionar con pena de cárcel y hasta de ejecución, según el caso, a quienes se niegan defender la patria. La masculinidad patriarcal se reviste entonces de atributos tales como la vehemencia y la temeridad, tan necesarios para asumir un mandato patriótico, que en modo épico, se podría formular de esta manera: Arrojo (vehemencia) + Valentía (temeridad) = HÉROE. Esta fórmula conlleva una altísima probabilidad de encontrar la propia muerte.
Los pibes que fueron a Malvinas no eligieron sacrificarse y por eso son víctimas de un Estado de facto que contó con el apoyo de una multitud que festejaba las arengas prepotentes de un orador de dudosa cordura, con una impensada algarabía mundialista. Estos pibes, hoy adultos, han sufrido la tortura, la muerte, el silencio de una sociedad que no celebra derrotas, y el olvido. Hoy han sido rescatados de la memoria y reivindicados como héroes, pero como asegura uno de los muchachos del documental: “No somos héroes porque a un general borracho se le ocurrió armar una guerra”. Porque en esa aventura se apeló a un sentimiento nacional pero también a un deber ser que se efectivizó pidiéndoles, sólo a los varones, que ofrecieran su vida por la Patria.
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