Por Yair Laus
¿Qué se puede decir de una obra como Terrenal que no se haya dicho? Puesta en escena en el año 2014 en el mismo lugar que se exhibe ahora - en el bellísimo Teatro del Pueblo - vio pasar frente a su elenco casi inalterado tantos espectadores y tantos premios que la convirtieron en una obra de culto. Así, a sala llena, me tocó disfrutar, tardíamente, de ésta brillante pieza teatral.
Lo primero que se me ocurrió al finalizar la obra y que le dije a A., era la sorpresa de que una obra así se sostuviera tanto tiempo en cartel. Kartun desempolva de la Torah el manifiesto anticapitalista por excelencia escrito hace 3200 años: La batalla de Caín contra Abel, del dominio contra el goce, de la producción contra la contemplación, del poseer contra el compartir, de la acumulación contra la liviandad. A través de esta historia contada de modo chabacano, son tales los golpes que Kartun le asesta a la cosmovisión más expandida entre nosotros, que frente al final sentimos quedar totalmente a la deriva. Una catarata de verdades vierte Tatita en los últimos minutos, tan enojado, tan deprimido y de una manera tan feroz que no exagero si digo que al abrirse las puertas de la sala, a uno le cuesta más de lo normal ponerse en pie. Es, con todo lo exacto, un golpe de knock-out a nuestras concepciones adquiridas.
La obra reformula la historia de Caín y Abel, en la que el primero mata al segundo por culpa de Dios quien prefiere el simple regalo de Abel, que el costoso regalo de Caín. Lo que estaba en juego en el texto original era la lucha del nomadismo contra el sedentarismo, algo lógico teniendo en cuenta la época de producción del texto. Sin embargo, lo que en esta versión está en juego es otra cosa. Caín y Abel son dos hermanos, pobres terratenientes, que comparten un campo prácticamente estéril en medio de un páramo abandonado herencia de Tatita. Mientras Caín cosecha sus morrones que almacena y vende esperando al Dios de las leyes y la liturgia, Abel caza isocas para vender como carnada al costado de la ruta mientras espera al Dios padre y bondadoso que los ha abandonado. De este punto inicial se desprenden varios tramas que recorren la obra: El debate, evidentemente, ya no es entre el nomadismo y el sedentarismo, sino más bien entre un sistema de utilización frente a un sistema de explotación o, dicho de otra manera, entre un sistema de propiedad colectiva, frente a un sistema de propiedad privada. La izquierda contra la derecha en términos políticos tradicionales. Por su parte, Dios aparece como una figura bastante definida frente a lo ambigua que es su figura en el Antiguo Testamento. Acá Dios es bondadoso, alegre y divertido. Un dios que no busca castigar y que cree en el goce como en el fin último de la existencia. Un dios Spinozeano, como diría el mismo Kartun en una entrevista. Con este dios alterado frente al de los textos bíblicos, se nos invita a pensar en cuál creemos nosotros o en cuál nos gustaría creer si creyéramos. Un tema central que lentamente se convierte en el núcleo de la obra, es el tema de la alteridad, del respeto a la diversidad. La importancia de reconocer al otro y reconocerlo en su diferencia. Reconocer que su existencia es fundamental para la nuestra. Reconocer que el debate, que el conflicto en buenos términos, es una dialéctica necesaria y que solo del enfrentamiento pueden salir ideas superadoras. La sociedades avanzan a través del conflicto y eso no debe asustarnos, sino incentivarnos a buscar a ese otro y trabajar codo a codo por un lugar donde quepamos todos cómodamente.
Para volver al principio diría que ésta es una obra de un altísimo calibre político. La obra entera es, en sí misma, una analogía o más bien una radiografía del mundo en el que vivimos. De la relación que tejimos a través del tiempo entre nosotros mismos, entre nosotros y los objetos y entre nosotros y Dios. Una obra, sobre todo, en la que el autor deja a las claras cual es su visión y su postura acerca del mundo que construye en el escenario. Una obra que, una vez finalizada, es aplaudida una y otra vez hace cuatro años hasta dejar las manos enrojecidas.
FICHA TÉCNICA
Autoría: Mauricio Kartun
Actúan: Rafael Bruza, Claudio Da Passano, Claudio Martinez Bel
Vestuario: Gabriela A. Fernández
Escenografía: Gabriela A. Fernández
Iluminación: Leandra Rodríguez
Diseño sonoro: Eliana Liuni
Fotografía: Malena Figó
Asistencia de escenografía: Maria Laura Voskian
Asistencia de dirección: Alan Darling
Prensa: Daniel Franco, Paula Simkin
Dirección: Mauricio Kartun
TEATRO DEL PUEBLO
Av Roque Sáenz Peña 943 - Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4326-3606
Web: http://www.teatrodelpueblo.org.ar
Entrada: $ 320,00 - Domingo y Jueves - 20:00 hs
Entrada: $ 250,00 - Jueves - 20:00 hs
Entrada: $ 320,00 - Viernes y Sábado - 21:00 hs