Doña María sonrío durante toda la cena mientras nos servía camarones al ajo, calamares en escabeche, pulpo y empanadas de lapa, entre otras cositas de su “picada del mar”. Luego de regar con vinito, llegó la hora del postre: flan con crema o dulce de leche. Fue una cena exquisita que nos permitió recuperarnos del largo viaje desde la Ciudad de Buenos Aires hasta esas sillitas de “El refugio de la Ría”, poco más que uno de los mejores restoranes para comer en Puerto Deseado, Santa Cruz.
Antes de irnos, doña María nos dijo: “les tengo una sorpresa”. El grupo miró curioso y ella trajo un huevo más grande que un puño, medio verdoso y duro. “con un huevo de estos hice 14 flanes. ¿Les gustó?”. Todos nos miramos. Como buenos citadinos, no estábamos acostumbrados a ver habitualmente un huevo de avestruz.
Si ése fue el comienzo de esa aventura que transitamos en Puerto Deseado. Se puede decir que cada una de las palabras escritas en el folleto institucional de la ciudad por el periodista, escritor y personaje de la ciudad, Mario López, es premonitoria: “Nuestro territorio, escribe, fue y es inspirador para poetas y cantores, motivo de estudio para científicos, exploradores e historiadores, disfrute intenso para turistas siempre dispuestos a regresar. Sus rías, sus cañadones y los inmensos campos que lo circundan están poblados por una variada fauna terrestre, una preciada avifauna y los habitantes del agua, en una armonía admirable que parece no haber sido alterada por la intervención humana.
Parajes donde el tiempo se detuvo, piedras volcánicas, playas indescriptibles son parte de los atractivos del paisaje deseadense. Aquí y allá emergen antiguos edificios construidos por picapedreros yugoslavos que tallaban a mano las rocas, vías abandonadas de un ferrocarril que fue avanzada de progreso, museos para revivir una rica y desconocida historia, caminos costeros que permiten admirar atardeceres majestuosos y lentos amaneceres, áreas protegidas que fortalecen la conciencia conservacionista y faros que todavía orientan a las embarcaciones pesqueras, cruceros y veleros que eligen el puerto más deseado”.
Día 1: Expedición Isla Pingüino
El viento cortaba la cara. El gomón semirígido tiene la potencia para cortar las olas bajo la mano experta de Ricardo, quien nos guió por 11 millas náuticas (20km) por la ría rumbo a la única isla del país en la que existe una colonia de pingüinos penacho amarillo, reconocibles por un par de mechones amarillos a manera de cejas largas y porque saltan entre las piedras además de caminar. Bajamos del bote luego de casi dos horas de navegación, lo cual implicó un desembarco accidentado, donde es tan importante conocer los momentos de marea más propicios como estar dispuesto a saltar sobre las piedras.
Lo primero que se vio fue el faro, de unos 22m de altura y abandonado años atrás por la Marina. En el camino hacia la torre, nos recibió una gran colonia de pingüinos Magallanes, anidando y cuidando sus huevos. Monógamos, cariñosos y simpáticos miran curiosos a las apenas 20 personas que están autorizadas a pisar tierra en esta isla pequeña sobre el Mar Argentino. Skúas, gaviotas de diverso tipo, cormoranes, ostreros, petreles y patos comparten con cuidado el territorio del penacho amarillo, más agresivo que ellos y extremadamente territoriales. Sólo se los podrá ver en esta colonia atlántica, en Nueva Zelanda y en el Océano Índico y la población crece cada año gracias a la protección estatal.
Del otro lado de la isla, más protegidos del viento incansable, una manada de machos lobos y elefantes marinos se guarece y descansa rodeada de hembras. Hay que esperar a que la marea vuelva a estar alta para poder embarcarse nuevamente. El sorprendente paisaje alterna pastizales, pequeños acantilados, y playas rocosas. Entre mate y mate, el descanso y los detalles de cómo fue descubierto el Parque Marino y cómo nació Darwin Expeditions hace más de 20 años. El regreso a la ciudad es otra aventura. Ya desprovistos de la ansiedad de llegar, la navegación invita a jugar con los delfines australes que custodian al bote. Un regalo más de la naturaleza que desborda en esta zona.
Día 2: La Ría
Puerto Deseado se ubica sobre la única ría (cauce seco de un río que fue invadido por las aguas del mar) de Sudamérica. Con 42 kilómetros de extensión, este accidente geográfico, cuyas formaciones rocosas datan de la época de la glaciación, hace 150.000 años, presenció en el temprano SXIX la visita de Darwin. El naturalista inglés se asombró por lo extraño y solitario del paisaje, sus enormes paredes rocosas flanqueando el curso de aguas profundamente azules, la flora y fauna. Me pregunté en el segundo día del viaje qué hubiera sucedido con el compañero Darwin si el Taty Ibiricu, con su estilo campechano y sólido, le hubiera mostrado los nidos de los cormoranes entre las paredes de piedra, la diferencia entre su vuelo pesado y rígido en relación al estilo cómodo de las gaviotas o el pedaleo constante del pato vapor. Seguramente, nada hubiera sido igual si se hubiera embarcado con nosotros en el “Desafío”, que navegaba por el agua brillante bajo un sol incipiente que dejaba las costas turquesas. Acompañaron al bote a lo largo de varios kilómetros varias toninas overas blancas y negras y delfines australes grises y grandes haciendo sus piruetas mientras el grupo, entusiasta, intentaba conseguir la mejor foto. Bajamos en la Isla de los Pájaros donde anidan más de 10.000 pingüinos Magallanes. Taty sacó mate y budín inglés (no podía ser de otra forma) y nos tiramos a tomar sol y conversar sobre la playa de canto rodado, piedras suaves y tibias que acariciaban la espalda enseñando que todo en la naturaleza se complementa. Incluso, la felicidad.
Día 3: Miradores de Darwin desde el Sur
Menos mal que los Feijóo estaban a tiro cuando se quedó la combi entre la tierra. Con ellos “zarpamos por tierra” en búsqueda del comienzo de la ría, donde se junta con el Deseado y la escasa agua dulce se entrelaza con el salitre del Atlántico. Llegar fue largo y tedioso, pero el paisaje que encontramos desde los cerros altos de la Estancia El Triunfo nos mostró el panorama del sitio exacto en el que Darwin miró esa porción de la Patagonia por primera vez. Marcelo, el hijo, nos acompañó con la camioneta hasta la Cueva de las Manos, donde hay vestigios de arte rupestre. Mientras Oscar, el padre, tataranieto de la primera pobladora mujer de Deseado, iba hasta el casco a colaborar con la preparación de los bifes a la criolla, preparados al disco con cerveza y carne de vaca.
La estancia tiene 23.000 hectáreas, 3.000 ovejas y 20 perros que las cuidan del León (puma), las agrupan, corren y defienden del zorro colorado y el gris y acompañan al único paisano que cuida el campo. Cosas de la Patagonia. Marismas y salicornias, calafates, quitembales y matas negras aprecian felices de la fuerte subida en el nivel de lluvias del último año. La Patagonia argentina está teñida de un verde tímido y dorado que nadie sabe cuánto va a durar, pero que las ovejas festejan en el entretiempo.
El Mirador permite ver el serpenteo de la ría por kilómetros y disfrutarlo en silencio, acompañado sólo por el ruido de los pájaros, muchos de cuyos nombres nos enseñó Annick Morgenthaler en su paseo de avistaje de pájaros durante el atardecer de día anterior. “No creo haber visto en mi vida lugar más aislado del resto del mundo que esta grieta rocosa en medio de tan extensa llanura”, afirmaba Darwin en sus escritos. Y nosotros disfrutamos de ese albergue con el corazón calmo y la mente activa, aprovechando en cuerpo y alma la lejanía del ruido insoportable de la ciudad.
El almuerzo, los cuentos, conocer la vida del hombre patagónico en sus propios campos, fue una experiencia intensa que lo lleva a uno a pensar en aquellos primeros pobladores, las llegadas a bordo de goletas y corbetas, el ferrocarril, las luchas obreras hechas libro por Osvaldo Bayer.
Un viaje sobre el cual partimos con poca expectativa y supo sorprendernos hasta la médula. No sé cómo serán las Galápagos, no las conozco. He leído sobre las ballenas de Madryn y los avistajes. Pero este Puerto Deseado completó todas las imaginaciones posibles de todo el grupo. Como si fuera el descubrimiento de algo único e irrepetible sobre la Madre Tierra.