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Los primeros 800 años de una torre construida “deprisa, pero bien”


Con ella ha recorrido Efetur todos los rincones de esta atalaya, que vio cómo se colocaba su primera piedra el 30 de marzo de 1220, por orden del gobernador almohade de Sevilla, Abù l-Ulà, que se la entregó a la ciudad completamente terminada el 24 de febrero de 1221, cerrando las obras pero abriendo la leyenda en torno a este baluarte, otrora defensivo y hoy cultural y turístico.


Virginia es Licenciada en Historia y Graduada en Historia del Arte, y fundadora de la empresa ‘Paseos por Sevilla’, dedicada a difundir la historia y el patrimonio de la ciudad. Lo primero que admite es que, efectivamente, la leyenda ha perseguido siempre a esta torre, de la que se dijo que debía su nombre a las ingentes cantidades de metal dorado que guardaba en su interior o al oro que recubría su fachada.


“A todos nos gusta pensar que era un almacén de oro, que de ahí venía su nombre y su leyenda, pero en 2005 la restauración que dirigió Fernando Amores descubrió el material con paja prensada y mortero especial que la recubría, que con el resplandor de la caída del sol provocaba un color dorado que le dio nombre a lo largo de los siglos”, explica.


En ese año se llevó a cabo la que hasta hoy es su última restauración, “aunque no estaba en mal estado”, a diferencia de cómo se encontraba en el siglo XIX, cuando “no tenía uso alguno y estaba en ruinas, de modo que se optó por derribarla, pero los sevillanos de la época se negaron, y las autoridades tuvieron que cambiar de idea”, hasta que en 1900 se hizo un importante trabajo en toda la torre y en 1931 se declaró Bien de Interés Cultural.


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Vista de la Torre del Oro de Sevilla, de casi 40 metros de altura, con la Giralda detrás. Efetur/Julio Muñoz


Otro paso que la historiadora recuerda como básico para mantenerla en pie y en buen estado se dio el 21 de marzo de 1936, cuando una orden del Ministerio de Marina, a propuesta del Patronato del Museo Naval, hizo que se instalase el museo que sigue ocupando las plantas baja y primera de la torre, que tardó ocho años en abrir sus puertas, ya que antes se mejoró el aspecto de la fachada y se prepararon las salas, “y desde entonces parece que se ha garantizado una buena conservación”.


Con todo ello, la Torre del Oro se ha convertido en un símbolo de la ciudad, con permiso de la Giralda, la torre campanario de la catedral de Santa María de la Sede. Aparte de tener más edad, la Giralda es quizá lo que más se fotografía cuando se sube al mirador de la Torre del Oro, desde donde se tiene una panorámica inmensa de la parte alta de la catedral, a una altura de casi 40 metros.


“Llama mucho la atención que esté pegada al río, porque se ve desde Los Remedios -la barriada justo enfrente- con la Giralda detrás, y suscita mucha curiosidad entre los visitantes, que preguntan cómo se construyó, para qué, e incluso si se hizo para tener viviendas en su interior”, pero lo que más se aclara siempre es que no guardó oro -o quién sabe- y que no fue construida con azulejos dorados.


“A la gente le gusta la leyenda, pero tiene ganas de investigar para saber la verdadera historia, mas allá del mito y la vivienda”, subraya, mientras recorre poco a poco, como si nunca la hubiese visitado, un baluarte que formaba parte de las murallas que defendían la ciudad con el río a sus pies, y que va camino de su primer milenio en plenitud de forma, con una salud de oro.


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