Suele decirse que el Camino Primitivo no cuenta con una gran riqueza monumental. La afirmación, con ser cierta —al menos si se compara la vía que nace en Oviedo/Uviéu con el Camino Francés¬—, no es del todo ecuánime.
Si bien el gran potencial del itinerario inaugurado por el rey Alfonso II en lo que se considera la primera peregrinación a Compostela radica en los paisajes que atraviesa y en el hecho simbólico de seguir las huellas de los romeros que inauguraban sin saberlo un hito fundamental para la historia y la configuración de Europa, no hay que perder de vista que su trazado abarca escenarios y edificios bien determinantes para el devenir de estas tierras del noroeste. Una vez abandonada la capital de Asturias, con su catedral de San Salvador y sus construcciones prerrománicas, eco y resumen de un Reino cuya memoria continúa viva a través de su legado, el itinerario que se adentra en los predios suroccidentales de la región deja a su paso muestras bien interesantes y paradigmáticas del peso y la importancia que llegaron a tener unas zonas geográficas que en algunos casos han visto debilitada su plena conexión con el área central de la comunidad autónoma, pero no por ello han extraviado ni su atractivo ni su carisma. Se levantan en ellas construcciones civiles o religiosas ante las que conviene detenerse porque sus piedras hablan de las vicisitudes de otras épocas y sus lecciones sirven, en buena medida, para explicar nuestro presente. Hay más, pero éste es un resumen de siete obras de arte indispensables para comprender la importancia del Camino Primitivo y acercarse aún más a la historia de Asturias.
Palacio de los Miranda-Valdecarzana y Capilla de los Dolores
La villa de Grau/Grado jugó un papel muy importante en el Medievo asturiano —fue una de las polas que fundó ex novo el monarca Alfonso X—, y de ese tiempo data la estructura original del caserón que perteneció a la familia Miranda-Valdecarzana. No obstante, apenas queda nada de la construcción primitiva. Los propietarios decidieron ampliarlo en el siglo XVII y el palacio experimentó una nueva reforma en el siglo XVIII, cuando entre 1713 y 1716 se levantó a sus espaldas la Capilla de los Dolores. Concebida ésta como un oratorio para uso exclusivo de la familia, se atribuyen sus planos bien a Francisco de la Riva Ladrón de Guevara o bien a su tío, Francisco Alonso de la Riva, que también era arquitecto. El interior de la capilla cuenta con una decoración exuberante, lo que la convierte en una de las piezas más reputadas de todo el arte barroco asturiano. Ambos edificios cumplen hoy una función de carácter público y bastante alejada de la vocación que les dio naturaleza. La capilla no alberga cultos y sirve de escenario para actuaciones musicales, representaciones escénicas y diversos eventos sociales.
El palacio alberga el salón de plenos municipal y la biblioteca pública del concejo. Además, en sus dependencias se encuentra la sede del Aula de las Metáforas, creada por el poeta Fernando Beltrán.
Monasterio de San Salvador de Cornellana (Salas)
Su presencia imprevista en medio del Camino es tan imponente que casi parece un espejismo. Se levanta en un recodo de la localidad de Cornellana, al pie del punto donde el Nonaya vierte sus aguas en el Narcea y muy cerca del enclave en el que Ramiro I plantó cara a Nepociano cuando ambos competían por conseguir el trono que dejara vacante Alfonso II. No hay más que reparar en la grandeza de su fábrica para intuir la importancia que llegó a tener en la Asturias medieval. La infanta Cristina, hija del rey Bermudo II y de la reina Velasquita, lo fundó en el año 1024 y se retiró a orar en su interior. Hay una leyenda al respecto: se dice que eligió este lugar para erigir el convento porque ella misma, siendo niña, se había perdido por los bosques que poblaban estos parajes y fue rescatada por una osa que la adoptó como si fuera una componente más de su camada y se ocupó de cuidarla hasta que los asustados progenitores dieron con ella. La historia oficial es más prosaica, pero no menos interesante. El monasterio se sumó a la congregación de Cluny en 1122, lo que supuso una importante reforma que culminó en el siglo XIII con una remodelación de su iglesia. Posteriormente se vio envuelto en los conflictos nobiliarios que protagonizaron los últimos compases de la Edad Media asturiana.
En el XVII pasó a formar parte de la congregación benedictina de Valladolid —lo que explica la presencia del escudo de Castilla y León en la fachada del templo— y más tarde se acometió la reconstrucción del claustro, que quedó configurado tal y como se observa en nuestros días. Tras la invasión francesa, el edificio fue usado para guardar caballos y luego incendiado. Tras tanto ajetreo, volvió a formar parte del Obispado de Oviedo en 1878. Merece la pena detenerse en su iglesia románica, con especial atención al hermoso ábside que despide a los peregrinos cuando emprenden el ascenso a Sobrerriba. Hay habilitado allí un albergue, y los más curiosos pueden entregarse al pasatiempo de buscar, entre sus relieves, aquél que muestra a la célebre osa amamantando a la pequeña infanta Cristina.
Colegiata de Santa María la Mayor (Salas)
Es una de las muestras más acabadas del gótico asturiano, cuyos ejemplos son más bien escasos, y también el principal símbolo del poder de la familia que auspició su construcción. Los Valdés-Salas la fundaron en la primera mitad del siglo XVI, aunque posteriormente se fueron añadiendo capillas laterales a la planta original, y hoy además de la elegante sencillez de su alzado cabe admirar allí dos retablos: el principal, atribuido a la escuela de Valladolid y datado en el siglo XVII, y el de la familia Malleza, elevado en el mismo siglo y firmado por el arquitecto Pedro Sánchez de Agrela y el escultor Luis Fernández de la Vega.
Su mayor atractivo, sin embargo, radica en el panteón que se esculpió en el lado septentrional del ábside y donde reposa Fernando de Valdés-Salas, el miembro más famoso de la estirpe. Fue el fundador de la Universidad de Oviedo/Uviéu, pero también inquisidor general y presidente del Consejo Real de Castilla. Su monumento funerario lo esculpió en alabastro Pompeyo Leoni, artista italiano que trabajó para Felipe II en El Escorial, y si se visita la colegiata por la tarde y el último sol consigue filtrarse por las ventanas del templo su contemplación puede tornar de hipnótica a sobrecogedora.
Monasterio de Santa María la Real de Oubona
Pocos edificios resultan tan paradigmáticos, no ya a la hora de referirnos al patrimonio histórico-artístico de Asturias, sino también en lo que tiene que ver con el imaginario sentimental del suroccidente de la región. Su importancia fue tan grande que el rey Alfonso IX dictaminó que aquellos peregrinos que se dirigiesen a Santiago siguiendo la primigenia vía asturiana, debían visitarlo obligatoriamente. Es un mandato singular si se piensa que el monasterio no se encuentra estrictamente en el Camino Primitivo, sino que para llegar a él hay que alejarse de la ruta unos cuatrocientos metros. Cabe señalar que el esfuerzo tiene recompensa. El monasterio de Oubona es un lugar tan bello como extraño y, de hecho, sus propios orígenes aparecen envueltos en leyendas. Tradicionalmente se atribuye su fundación a un príncipe Adelgaster, supuesto hijo bastardo del rey Silo, y a su esposa doña Brunilda. Pese a que no está verificada la existencia de ninguno de los dos, su lápida sepulcral se conserva en el ábside del templo. Éste empezó a levantarse en el siglo XIII y su fábrica, románica, respeta escrupulosamente los parámetros impuestos por la orden del Císter.
El monasterio no tardó en adquirir gran poder en los ámbitos económico y cultural. Se impartían allí clases de teología, latín y filosofía. También se modernizaron desde sus dominios las técnicas agrícolas y ganaderas. De allí procede la primera referencia escrita a la sidra, bebida asturiana por antonomasia, de la que se tiene noticia. Había un lado oscuro: al parecer, los monjes se excedían a menudo en sus atribuciones, y no eran demasiado queridos por los vecinos de aquellas tierras. El claustro y las dependencias monacales empezaron a reformarse en el siglo XVIII, pero la crisis del cenobio impidió que la remodelación se concluyese. Santa María la Real de Oubona quedó abandonada con la desamortización y comenzó entonces una triste historia de agravios y desperfectos. Hubo vecinos que llevaban piedras del edificio para reformar sus casas, y sacerdotes que no dudaron en vender cuanto de valor podía quedar allí. No se perdió todo, por suerte.
La soberbia iglesia románica ya es un valor en sí misma, y de su arco de triunfo cuelga un Cristo al que muchos consideran la escultura religiosa más perfecta de todo el arte medieval asturiano. Encontrar las llaves y acceder al interior puede suponerle al peregrino merodear por el pueblo más de lo que inicialmente pensaba, pero se verá plenamente redimido cuando, al abrir las puertas, se despliegue ante sus ojos toda la belleza y todo el misterio de un monasterio que, pese a las sucesivas decadencias, conserva sus principales encantos.
Palacio de los Cienfuegos de Peñalba
En lo alto de una colina que vigila los avatares de la recoleta villa de La Pola (o La Puela, en su denominación autóctona), el palacio de los Cienfuegos, señores de Allande y condes de Marcel de Peñalba, protagoniza una de las estampas más portentosas de cuantas podrán presenciar los peregrinos en su itinerario hacia Santiago. Su fábrica original data del siglo XIV, aunque fue reconstruido en torno a 1520 por Rodrigo González de Cienfuegos y experimentaría una nueva remodelación en el XVIII para adaptarlo a las necesidades de aquel tiempo. Su primigenia vocación defensiva se pone de manifiesto en la sobriedad que caracteriza su fachada y en las tres torres sin almenas que resaltan sus hechuras de fortificación a prueba de intrusos. De la época gótica sólo conserva su parte baja, y en el patio posterior aún pueden verse algunos elementos decorativos renacentistas.
El edificio es de propiedad privada y no puede visitarse, aunque la mayor impresión se obtiene al observar su silueta emergiendo del paisaje, como una reminiscencia olvidada de los viejos señoríos que imponían su dominio y su control sobre estas tierras.
Chao Samartín
Se encuentra a las afueras del pequeño pueblo de Castro, a unos cinco kilómetros de la localidad de Grandas de Salime, allá donde el Camino Primitivo emboca sus últimos kilómetros asturianos para poner rumbo a Galicia. El Chao Samartín en uno de los yacimientos arqueológicos más relevantes de toda la comunidad autónoma, por cuanto pone de manifiesto la gran importancia que tuvieron estos predios, hoy un tanto apartados de los grandes centros de decisión territoriales, durante un periodo dilatado y crucial de nuestra historia. Se fundó en los últimos compases de la Edad del Bronce, allá por los siglos IX y VIII antes de Cristo, y se mantuvo habitado hasta finales del siglo II, en plena dominación romana. Quedó abandonado cuando un fuerte movimiento sísmico arrasó sus construcciones y las confinó bajo la tierra. Parece ser que sobre sus ruinas se ubicó, en tiempos de la Monarquía Asturiana, una necrópolis que hizo que el recinto mantuviera un uso funerario durante toda la Edad Media.
Llegaron el abandono, la decadencia y el olvido. Aunque en los diccionarios geográficos que se elaboraron en los siglos XVIII y XIX se mencionaba la existencia de fortificaciones por aquella zona, hasta 1967 no se reconoció que, en efecto, algo debía de haber bajo aquellas tierras. Fue el ubicuo José Naveiras, fundador del Museo Etnográfico de Grandas de Salime, y conocido en toda la comarca como Pepe El Ferreiro, quien primero dio allí con los restos de una antigua cabaña.
Las excavaciones oficiales se iniciaron en 1990, con los arqueólogos Elías Carrocera y Ángel Villa al frente de los trabajos. Los resultados, con ser bien halagüeños desde el principio, poco podían presagiar el hallazgo que se produciría entrado ya el siglo XXI. Inopinadamente, aparecieron allí los restos de una domus romana que es el mejor ejemplo de la buena consideración que se tenía en el Imperio de estos dominios plagados de vetas áureas.
La casa del Señor de Grandas —como se conoce a su anónimo y, dadas las apariencias, muy poderoso morador— es hoy la joya de la corona del Chao Samartín, sin desmerecer en absoluto la parte prerromana del asentamiento. A unos pocos metros del castro se levanta un pequeño Museo Arqueológico que recoge piezas procedentes del castro y de otros poblados adscritos a ese periodo que se conservan en la comarca del Navia-Eo. Son los últimos vestigios de una Asturias tan remota y escondida como irrenunciable.
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Texto: Miguel Barrero
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