Una guitarra, un asado y cientos de cascadas y naturaleza son parte del menú que ofrece este destino para el turismo, uno de los sectores más castigados por la covid-19, en esta región del país, Rivera, la más afectada por la pandemia, con 132,50 casos por cada 100.000 habitantes en el índice de Harvard.
En esta extensión de 350 predios ubicados a unos 60 kilómetros de la ciudad homónima (fronteriza con Brasil), los visitantes que buscan una desconexión de las ciudades agradecen y valoran como nueva opción este destino, en el que, como insiste Viera, solo se respira “aire puro”.
Pese a sufrir el “duro golpe” de estar cerrado a las actividades durante los primeros meses de la emergencia sanitaria en 2020, la reapertura representó una “invasión” de turistas en busca de nuevos destinos dentro de su país.
Adaptarse a los protocolos sanitarios, viajar en grupos de cinco personas por guía y mantener informadas a las autoridades sanitarias en todo momento son algunos de los nuevos procedimientos a los que tanto Viera como el resto de operadores de la zona debieron adaptarse para reflotar un negocio por ahora -con fronteras cerradas- solo nacional.
El lado positivo de la pandemia
Viera es propietario y, como se autodenomina, baquiano o experto del establecimiento turístico El Gavilán, en el corazón del Valle del Lunarejo.
En este lugar ofrece desde paseos de dos horas hasta travesías aptas para públicos cualificados, en las que durante cuatro días se sumergen en sus profundidades.
Si bien desde que se decretó la emergencia sanitaria en 2020 el turismo fue, y continúa siendo, uno de los sectores más golpeados, Viera asegura que este destino se convirtió en uno de los más codiciados del país.
“Hay que ver el lado positivo de la pandemia, que fue que la gente pudiera ver al Uruguay profundo o al Uruguay adentro, que estaba como ignorado o inexplorado, por así decirlo. Gracias a la pandemia pudimos hacernos conocidos”, afirma.
Y es que para Viera y otros operadores que trabajan en el lugar, pese a que durante la reciente Semana de Turismo (la de Semana Santa) se anunciaron cierres de algunos destinos conocidos del país, ellos pudieron continuar su labor con estrictos controles sanitarios.
“Hoy en día estamos en una demanda bastante importante porque la gente está desesperada por salir de la ciudad. Estamos teniendo gente constantemente todos los días. Después del 8 de enero, que volvimos a abrir las puertas, no paramos de trabajar, desde esa fecha todos los días de corrido”, apunta.
Aire puro
En esta tierra que limita con los departamentos (provincias) de Artigas y Tacuarembó, lugareños y visitantes pueden encontrar un sinfín de variedades naturales que van desde unas 150 especies de aves a fauna silvestre como víboras, coatís, jabalíes o gatos de monte, y una incontable diversidad de plantas que varían desde la menta y pimientas hasta una “viagra” natural.
Sin importar la estación del año, cuando los visitantes se adentran en la densidad del bosque natural son recibidos por un microclima que oscila entre los 18 y 24 grados los 365 días acompañados de un vasto sendero de cascadas de aguas cristalinas que invitan a, al menos, mojar las manos para sentir su temperatura.
Las cascadas del Indio y Grande son las principales atracciones de este lugar, así como balcones y piscinas naturales, la Quebrada del Gavilán, la Punta del Lunarejo y la travesía del Cañón de Laureles; sin duda, un abanico de opciones para quienes buscan respirar naturaleza.
“Creo que la gente se ha concienciado con el tema de la naturaleza y de que esto, aire puro, vale más que cualquier otra cosa. Entonces se ha venido el turista a respirar aire puro y desconectar de la ciudad y el encierro; nosotros seríamos un punto de descarga o desenchufe de la ciudad”, apunta.
La idea de Viera y de otros colegas de la zona es sumar más días y destinos para que los visitantes puedan decir que “esto se puede hacer en Uruguay”, sin necesidad de salir al exterior en busca de aventuras.
Un paseo corto
En la caminata más corta (dos horas) a las quebradas de El Gavilán, todo inicia con una amplia panorámica del Valle del Lunarejo en la que el ojo humano puede apreciar, si no en su totalidad, casi la completa paleta de colores de verdes como en pocas ocasiones en la naturaleza.
Durante la bajada, que dura unos 30 minutos, la amplia visión se va reduciendo por senderos en los que es posible apreciar la diversidad de plantas e insectos hasta llegar a la densidad del bosque con su particular microclima.
El inconfundible rumor de las corrientes de agua se siente a medida de que se penetra por los caminos que bien tiene memorizados el baquiano del lugar.
Es agua de lluvia la que corre y, a su vez, es filtrada por estas cascadas, por lo que cuanto más llueve más grande es su caudal y sacia la sed de distintos mamíferos que pueden verse, como también serpientes y aves.
La claridad se otea en el horizonte tras una leve subida que, aunque deja exhausto al caminante, es recompensada por el “aire puro” del que habla Viera y que sirve para “desenchufar” no solo de la ciudad, sino también de la pandemia.
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