Por Yair Laus
Si hay alguien con quien no pensaba encontrarme una Domingo a la tarde, en un musical sobre la vida de Marilyn Monroe – de eso se trata Sólo quiero que me amen – era con Nietzsche. Un Nietzsche camuflado, puesto en la boca de Arthur Miller, tercer esposo y posiblemente el gran amor de Marilyn cuando, a modo introductorio, la define tan fríamente como el bisturí de un cirujano: “Marilyn era un manojo de impulsos, todos dentro de ella”.
Lo primero que llama la atención, sin dudas, es la larguísima fila formada en la puerta de la sala 3 del C.C. San Martín, incluso quince minutos antes de la apertura. Una fila formada tanto por espectadores como por colegas y compañeros de los protagonistas. Lo que no llama la atención, au contraire, es volver a encontrar a Daniela Pantano sobre las tablas. Una actriz que con tres obras en simultáneo en cartelera – para la tercera, por suerte, ya tengo entradas también – da muestras no sólo de versatilidad, sino de una rebosante energía puesta al servicio del espectador. La primera que me tocó ver fue Clarividentes de Javier Daulte, de la cual hice una extensa y elogiosa crítica sobre todo a su personaje por lo que, admito, la vara estaba demasiado alta (http://turismocero.com/cultura/apocalipsis-en-clave-de-abstraccion/). Una vara que, en un paralelismo deportivo, podría haber puesto en vilo a todo un estadio por el miedo a que la más mínima correntada la empujara y la tirara para anular el salto, luego de que Pantano la eludiera con muchísimo esfuerzo.
No puede ser fácil, de ninguna manera, representar este manojo de impulsos que resultó ser Marilyn, a la postre una de las diez más importantes estrellas de todos los tiempos según el American Film Institute. Una mujer que jamás llegó a ponerse de acuerdo consigo misma sobre si prefería ser Norma o Marilyn, un sujeto o un objeto, la persona o la máscara. Una máscara que, como dice el título, posee un doble filo, ya que protege a la vez que aísla y divorcia del alrededor. Una vez más da en el clavo Arthur Miller, esta vez representado en el escenario por Pedro Velázquez, cuando habla del mítico lunar y su dualidad: “su lunar era un agujero negro que lo absorbía todo y a la vez era luminoso” y es que ese lunar irradiaba una luz incandescente no de estrella, sino de una galaxia entera, a la vez que devoraba todo a su paso. Un hambre voraz que, a pesar de todo, nunca logró ser saciado. Lo que ocurría dentro de Marilyn representado en su lunar, esta condición nietzscheana de ser un manojo de impulsos, es estrictamente un misterio, sobre el cual tanto la actriz como el autor – al igual que cualquier otro mortal – solo puedan conjeturar. Es en ese laberinto de pasiones donde, intuyo, la obra pierde fuerza. La Marilyn de ésta obra es una Marilyn tardía, transitando su tercer matrimonio, con todos los vicios de estrella ya adquiridos, incluso los farmacológicos. Es una Marilyn a la que, como espectadores, descubrimos en su desmoronamiento, en el epílogo de su carrera. No hay crisis porque la crisis se desató mucho antes, porque el camino de la estrella maldita ya fue decidido hace mucho. Sueña de una manera abstracta con la vida de Norma, pero sabe que es imposible. No porque no pudiera alejarse de los focos de atención, sino porque ella misma jamás podría desprenderse de ese foco, de los diamantes, de sus modos de princesa caprichosa, de sus tratos preferenciales, de la atención que le prodigan los hombres y del odio que le prodigan las mujeres. Por más que intente protegerse detrás de frases-escudo protofeministas como: “yo no quiero ser tu objeto, exijo tu respeto (como actriz)” o “la vida no es una obra y yo no soy un personaje”, lo cierto es que Norma está muy lejos de querer abandonar a Marilyn y todo lo que ella le significa. La relación de amor odio entre Norma y Marilyn prevalece a lo largo de toda la obra aunque sepamos que es una lucha perdida desde tiempo atrás. En la vida de la protagonista ya no hay conflicto porque toda posibilidad de escaparse está vedada de antemano. Así, este manojo de impulsos que es lo que sostiene a Marilyn a la vez que es lo que debería sostener la obra, se agota instantáneamente. El arco dramático del personaje desaparece de la ecuación dejándonos con la misma Marilyn con la que nos recibió: una mujer terriblemente insegura atravesando el mismo período que todo imperio atraviesa, su decadencia.
Para resaltar, una vez más, la convocatoria prácticamente a sala llena de la obra y el esfuerzo de Daniela Pantano por estar a la altura de una representación como el personaje lo merece. No es para pasar por alto que una obra tan pequeña se la juegue por representar a uno de los íconos populares más importantes del siglo XX y mucho menos que lo haga en formato de musical. Así que ahora que se viene el frío y si tu equipo de fútbol ya jugó el sábado o no hay fecha de la Superliga, ir a ver Sólo quiero que me amen, podría resultar en un buen plan.
FICHA TÉCNICA
Autoría: Juan Álvarez Prado
Idea: Daniela Pantano
Elenco: Daniela Pantano, Pedro Velázquez
Vestuario: Jam Monti
Escenografía: Matías Sendón
Iluminación: Matías Sendón
Música original: Fernando Albinarrate
Asistencia de dirección: Teresita Biafore
Producción ejecutiva: Lucas Martinez Bojanich
Dirección musical: Fernando Albinarrate
Dirección: Juan Álvarez Prado
CENTRO CULTURAL GENERAL SAN MARTIN
Sarmiento 1551 (Capital Federal - Buenos Aires - Argentina)
Teléfonos: 4373-8367 Fax 4374–1251/59 int. 273/278
Web: http://www.centroculturalsanmartin.com/
Entrada: $ 130,00 - Domingo - 19:00 hs