CULTURA

EL CONVENTILLO Y LA MEMORIA COLECTIVA

Ir a ver una obra el 24 de marzo no es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Como espectador, ¿con que predisposición puede ir uno a abrir su alma y dejarse envolver por una obra, fuere cual fuere, cuando a lo largo de toda la jornada las emociones y los sentimientos fueron drenándose hasta la última gota? ¿Con que corazón uno puede ir a ver una obra si el mismo ya fue estrujado hasta la última molécula de la última cavidad cuando desde un escenario y con esa voz dulce que solo ella tiene, se escucha hablar a Estela de Carlotto como si fuera la abuela de todos nosotros?


Tal era la condición de sequedad emocional mía y de A. cuando llegamos al Teatro El Colonial para ver El Conventillo de la Paloma. Si bien no es el motivo de esta reseña contar el recorrido previo a la obra, sí creo que merece algunas líneas.

En una Plaza felizmente atestada nos encontramos con A. cerca de las 14 para vivir la fiesta de la democracia. Banderas de todo tipo, personas de todas las edades, de todas las clases y carritos con comida que iban desde el humilde pan relleno - que en mi caso fue de zapallitos, cebolla y queso - hasta el cuasi gourmet sándwich de milanesa doble con huevo a la plancha y verduras asadas, todo esto regado, por supuesto, con algunos litros de cerveza que en el mejor de los casos podía ser Budwaiser, era lo que se podía encontrar ahí donde miráramos. Todavía eran las cuatro de la tarde cuando ya nos preguntábamos con A. cómo es que íbamos a aguantar hasta las 21 a ese ritmo. A E. lo habíamos perdido hace rato entre la multitud y la comida ya estaba en nuestros estómagos, lo que nos empezaba a dar una modorra importante. Para palear esa sensación de convalecencia corporal, cuando todo terminó media hora después, tomamos la excelente decisión que yo ya tomaba años antes cuando elegía a media tarde y siempre que podía, ir al Gaumont a ver cualquier película que estuvieran pasando en ese momento. Nueva, vieja, buena o mala, no importaba. Recuerdo los asientos del Gaumont como uno de los lugares donde más y mejores siestas dormí a lo largo de aquellos años. Sin embargo lo feliz de la decisión no estuvo dado por la película, ni por la siesta, sino por el hecho de encontrarnos frente al cine, en la Plaza de los Dos Congresos un festival metalero al aire libre y gratuito. Sin pensarlo dos veces suspendimos la película para vernos rodeados de chaquetas de cuero, pelos largos y cadenas. Eran las 18 por lo cual no teníamos que pasar más de un par de horas hasta ir al teatro. Escuchamos algo de música - de dudosa calidad, por supuesto -, escuchamos también algunas arengas bien metaleras, los típicos cantos anti-milicos, tomamos algunas cervezas más y para cuando nos dimos cuenta, el Sol ya había caído detrás de la cúpula verdosa del Congreso y se nos estaba haciendo tarde para nuestro plan que, de todas maneras, era a algunas pocas cuadras.

Una vez llegado al hermoso teatro ubicado en una casa de más de 200 años de antigüedad que en su tiempo perteneció a los Azcuénaga para luego reconvertirse en aduana, me encontré de manera inesperada con aquello que pareció como un oasis frente a mis ojos. Quizá una de las actrices más hermosas que hayan dado las tablas en los últimos años, Natalia Luongo representa el papel de la percanta del conventillo, a la postre, una de las protagonistas de la obra. Pero más vale empezar por el principio. Cómo dije antes, es difícil ir a ver una obra cuando ya te han quitado aquello que se supone que te tiene que arrebatar la obra: las emociones y los sentimientos.  Sin embargo, había algo ahí que aún se mantenía y tenía que ver con el tópico de la obra. La historia es tan simple que da calambres y no funciona más que como una humildísima y sumamente idealizada aproximación a la vida de principios de siglo en Buenos Aires. El idealismo de Vacarezza con el que nos muestra un fragmento de la vida en el conventillo, solo puede ser comparado con el idealismo extremo de varias de las obras de Campanella entre las que se encuentra - por supuesto - otra obra referida a conventillos como Vientos de Agua. Obras que se dedican a destacar lo bueno o lo pintoresco del conventillo borrando por completo las tremendas penurias a las que se encontraban sometidos aquellos trabajadores, extranjeros en su mayoría, que vivían prácticamente esclavizados en las fábricas y hacinados en las habitaciones. Hechos que han derivado entre otras cosas, en una de las huelgas más importantes del siglo pasado como fue la Huelga de Inquilinos de 1907. Sin embargo, como dije, algo hay ahí que se mantiene y que defiende a esta obra de mis comentarios: su género. El sainete, de larga tradición en nuestro país, debe ser una obra en un acto, cómica y costumbrista. Debe serlo porque así se define el género y sin embargo, espectadores como yo, no podemos evitar pensar que aún en un género tan superficial como éste, se puede excavar un poco para obtener algo de Verdad. Si siempre se dice que lo cómico oculta algo de drama este no resulta ser el caso, aunque quizá no sea el caso del género en su totalidad.

Así y todo, la obra tiene un gran punto a su favor aparte de la hermosa actriz que domina el escenario y es el hecho de que descendientes de inmigrantes de tercer y cuarta generación - como yo y tantos otros – solemos mirar estas piezas detrás de una velo sentimental que borronea las caras de los protagonistas colocando allí en reemplazo las de nuestros propios abuelos y bisabuelos. Hecho que nos embriaga el alma y nos recuerda con emoción aquellos momentos, de niños, antes de dormir, en que nuestros abuelos se sentaban a un lado en la cama, nos arropaban, nos acariciaban las cabezas y con un fuerte ascenso extranjero nos contaban sus interminables y fantásticas historias de conventillos, malevos y percantas. Tal como ahora, en el Teatro Colonial, lo hace Vacarezza.

 

FICHA TÉCNICA

Autoría: Alberto Vaccarezza

Actúan:Osvaldo Bebén, Guillermo Di Concilio, Adrián Di Stefano, Guido Di Stefano, Lautaro Diaz, Carlos Duquene, Joaquín Facchini, Alberto Guerrero, Natalia Luongo, Marcelo Marchese, Manoli Ozores Muñoz, Joel Alexander Sardi, Silvina Tenorio, beatriz torres, Jorge Vizioli

Cantantes: El Polaco Ernesto Pomorsky

Vestuario: Manoli Ozores Muñoz

Musicalización: Adrián Di Stefano

Diseño gráfico: Natalia Luongo

Asistencia general: Silvina Tenorio

Puesta en escena: Adrián Di Stefano

Dirección: Adrián Di Stefano

TEATRO COLONIAL
Av. Paseo Colón 413. Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Reservas: 4342-7958/1362
Web: http://www.colonialteatro.com.ar
Entrada: $ 250,00 / $ 180,00 - Sábado - 21:00 hs

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